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Serafín Fanjul

Notas para un desayuno (relativo)

La reciente prohibición, en Egipto, promovida por los sindicatos islamistas de médicos, de realizar transfusiones y trasplantes entre cristianos y musulmanes, todo un canto a la tolerancia y el entendimiento.

Es bien conocida la estrategia permanente de Rodríguez de mantener unos cuantos focos fijos de tensión y propaganda, a fin de conservar la fidelidad y el voto de los izquierdistas más extremos y folklóricos, a los cuales, sin embargo, necesita imperiosamente para ganar las elecciones. Al contrario de lo que hace Rajoy con su derecha más nítida, Rodríguez mima y halaga a ese millón y medio de progres partidarios de la "lucha armada" (en Colombia) que jamás han tirado un tiro ni lo van a tirar; acérrimos del insulto cotidiano a la Iglesia Católica porque de algún modo hay que sacarse las frustraciones; grandes participantes en manifestaciones anti-esto y lo otro porque salen gratis (ahora). Las minas que explota la tríada Rodríguez-Pepiño-Pajín son siempre las mismas: antiimperialismo, aborto, eutanasia, militancia homosexual, feminismo selectivo, agresividad anticatólica, etc.

Desde que Rodríguez llegó a La Moncloa descubrió un nuevo venero de donde extraer agua para su molino: el islam. No es que a un tipo de Valladolid, criado en León y pasado por el ateísmo oportunista del PSOE le haya dado de pronto un aire y se haya vuelto morófilo, que decía Pedro Antonio de Alarcón; simplemente, ventea que ahí hay carnaza para su tropa más enloquecida: los supuestos rojos peligrosos (y los tres o cuatro verdaderos que sobreviven), olvidados ya de "los moros que trajo Franco" y de las sevicias bestiales perpetradas contra los prisioneros españoles en la Guerra de Africa, aseguran estar convencidos de que el islam es una fuerza revolucionaria (Carrillo dixit), antiimperialista y bla-bla-bla: no hay nada más atrevido que la ignorancia. O el oportunismo. Periodistas, comentaristas, tertulianos radiofónicos, etc. se extrañan y maravillan de que fulanos tan laicistas, feministas y rojos de la revista Vogue anden tapándose los ojos ante la realidad represiva y asfixiante de las sociedades islámicas, contra la mujer y contra el ser humano en general. La conculcación masiva y general de los Derechos Humanos en todos los países musulmanes no es asunto de su incumbencia y puede, al progresista modo, cubrirse con un velo de retórica de buenismo tercermundista.

La incomprensible sorpresa (para mí increíble: fingen caerse del guindo) de nuestros periodistas ha venido en esta ocasión por el viaje de Rodríguez a Turquía a cantar la palinodia en un "desayuno" (iftar, muy relativo porque, como cualquier español, se habría atiborrado de comida durante la jornada), bien rodeado de islamistas "moderados", esa subespecie indefinida e indefinible. Todo vale. El tipo enhebra unos cuantos lugares comunes (o el plumífero/a, arabista o arabisto, que le escribe esos discursos) sobre el ansia infinita de paz y sobre las glorias del islam andalusí, del que –según él– tan orgullosos están los españoles y se queda tan a gusto. Con documentación y argumentos de folleto turístico construye toda una interpretación de la historia de España, a la que –por otra parte– detesta.

Es perder el tiempo explicar a su amanuense que el léxico de origen árabe, en nuestro idioma, es poca cosa en su conjunto, primero por ser éste el factor más fluctuante en todas las lenguas y segundo por su reducido volumen (en el siglo XIII, el más "arabizado" de la literatura castellana, alcanza el 0,5 % del total y en la obra de Cervantes sube hasta un impresionante 0,6 %). Respecto al paradisíaco al-Andalus de las Tres Culturas, en este espacio y lugar sólo cabe decir con rotundidad que no hubo tal, es mera invención de interesados e ignorantes. Y otro tanto puede afirmarse, sin temor de que nos rebatan, acerca de las huellas reales dejadas por el islam en nuestra tierra, poquitas y dudosas en no pocos casos: los tres grandes monumentos despistan mucho.

Y Rodríguez se va a Turquía a soltar la cantaleta de la tolerancia islámica, el hermanamiento y demás zarandajas. Lean el relato del historiador Steven Runciman sobre la toma de Constantinopla por los turcos en 1453, de cómo se exterminó a la población y se sometió a esclavitud a los supervivientes y de cómo se fue sofocando el culto cristiano en todo el país hasta llegar en la actualidad a menos del 1 % de los habitantes de Turquía. Prodigioso modelo de tolerancia. O si quieren perlas más cercanas, vean la secuencia de la persecución por apostasía contra la escritora egipcia Nawal as-Saadawi por haber señalado algo evidente: que la peregrinación a La Meca es una tradición de origen pagano preislámico (Newsweek, en árabe, Kuwait, 5 jun. 2001); o la campaña del periódico egipcio ash-Shaab, en 2000, acusándolos de apostasía, contra los músicos, ya fallecidos, Abd el-Halim Hafez y Mohammad Abd el-Wahab; o la reciente prohibición, en Egipto, promovida por los sindicatos islamistas de médicos, de realizar transfusiones y trasplantes entre cristianos y musulmanes, todo un canto a la tolerancia y el entendimiento. Y es que Rodríguez , con tanta Memoria Histórica y tanta Alianza de Civilizaciones, olvida el sabio apotegma del acervo popular: quien con infantes pernocta, escarmentado alborea.

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