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Serafín Fanjul

Partidos por el eje

Estamos hartos de sus genialidades, que nos vuelven odiosa la vida, entre zanjas, terraplenes y excavadoras. Queremos descansar de ocurrencias, por hermosas que sean las maquetas.

El arriba firmante no cree ser un ciudadano modélico ni una excepción en ningún sentido, simplemente actúa con una cierta lógica beneficiosa para sí mismo y para la sociedad en la que vive. Se desplaza por la ciudad donde reside, Madrid, en autobús o a golpe de calcetín, concede largos descansos a su automóvil, que sólo usa para salir de la urbe; procura no ensuciar suelos ni paredes; no vocea sino en casos de riesgo extremo (por fortuna, pocos), ni atruena el cosmos con músicas destempladas a las tres de la mañana; y paga –no por gusto, pero paga– cuantos impuestos le conminan a apoquinar unas u otras autoridades más o menos responsables o irresponsables; y, en líneas generales, intenta colaborar en la mejora –de momento, supervivencia– de su país, que se llama España. Como tantos otros: ni héroe ni espejo de nada, sólo un ciudadano más.

Y esos rasgos tan normales también le confieren unos derechos, por ejemplo a opinar sobre el famoso Eje Prado-Recoletos. Sin conocimientos técnicos de urbanismo, arquitectura o tráfico de vehículos, opina algo que tal vez se alcanza a muchos residentes en Madrid: Sr. Gallardón, bonito, ande, deje en paz la Castellana, o como se llame ese tramo sur de la gran avenida que parte en dos el centro de Madrid. Porque yo –prescindamos de giros retóricos en tercera persona – lo veo bien. Con sus amplios andenes ajardinados, sus fuentes, monumentos y estupendos edificios. Y, lamentablemente, con el río de coches que perturban la tranquilidad: ahora viene a cuento recordar de nuevo que el mío no es uno de los que incordian, mas admitamos que, quizás, no todos los trastos circulantes –por el Prado y por muchos más lugares – lo hagan sin necesidad. Aceptemos la posibilidad, aunque mucho podría matizarse al respecto. Sería mejor sin artefactos que ensucian el aire y perjudican con su balumba el amable cortejo de currutacas y petimetres, como antaño hacían, entre gruesas señoras –carabinas aviesas de señoritas no menos rellenas en el futuro–, bancos para contemplar el gentío, el del puesto y la de la vasera: agua, azucarillos y aguardiente, vaya. Sería hermoso, pero el Tiempo es un reloj cuyas manecillas no discurren marcha atrás y, si se intenta, salta la cuerda.

Sin embargo, no creo que el objetivo de Ruiz Gallardón –tan postmoderno, tan despectivo para casticismos zarzueleros de ningún género– sea retornar al Prado de fines del XVIII, con sus mateos y calesas, sus extranjeros enamorados de los diminutos –dicen– pies y manos de las españolas (habría de todo, digo yo) y sus lentos paseos a caballo. No, lo que este hombre busca es amolarnos otros dos años –no tuvo bastante con la M-30– para seguir plantando sus pirámides por toda la ciudad. El problema es que el tipo no acaba de enterrarse en una de ellas y nos deja tranquilos. Los técnicos en esto y lo otro (por ejemplo, tráfico) han puesto el grito en el cielo por el colapso que el inmisericorde regidor va a provocar en todo el centro, pero no entraré en objeciones de tal jaez para las cuales carezco de formación e información, ni en los problemas, seguramente fundados, que apunta la Comunidad de Madrid. No más opino como un Pepe Pérez cualquiera: no jorobe, Sr. Gallardón, no jorobe; ya sabemos que es Ud. muy listo y está muy por encima de todos nosotros –un Zapatero con ilustración, vamos– pero estamos hartos de sus genialidades, que nos vuelven odiosa la vida, entre zanjas, terraplenes y excavadoras. Queremos descansar de ocurrencias, por hermosas que sean las maquetas.

Porque la vida no es una maqueta. Cuando el padre de Albert Speer –el arquitecto favorito de Hitler–, que también era arquitecto, vio la que había proyectado su hijo para Germania, nombre futuro de Berlín, capital del Reich y faro del mundo, sólo comentó: "Estáis locos, estáis locos". Como es sabido, todo aquello terminó muy malamente y los delirios de grandeza de tales dirigentes arruinaron y trituraron a Alemania. Y no es que Ruiz Gallardón –ya digo: un Zapatero con estudios– se vaya a lanzar por aquellas sendas (no es el momento ni el lugar), en un país de politiqueo patatero y pastueño, que tan bien le va, pero a su microscópica escala, nos amuela cuanto puede, siempre pensando en las listas y sin adelantar jamás una sola idea acerca de sus proyectos para España, si algún día llega a La Moncloa. Porque, la verdad, "modernidad", tecnocracia y Alicia Moreno como programa no parecen suficientes. Si tiene valor, que se presente a pelo –como Rosa Díez–, fuera de las listas del PP y ya veremos.

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