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Serafín Fanjul

Plaza de la Libertad

Imagino qué genialidad estarán urdiendo para sustituir a "Mártires de Paracuellos": ¿Despenados de Paracuellos? ¿Calle de los que perdieron la verticalidad por impactos infortunados pero letales en un pueblo madrileño?

Hace unos días, en una ciudad castellana, buscaba un restaurante y pregunté a una señora por la dirección que el folleto publicitario indicaba: Plaza de la Libertad. Mi amable interlocutora, compungida, confesó no tener la menor idea de por dónde caía aquel rumbo. Añadí el nombre del establecimiento y entonces estalló sonriente y triunfal: "¡Ah, la Plaza del Cordón!". Después, comprobé in situ que el lugar había recibido diversas denominaciones, como Plaza del Mercado Viejo, entre otras.

La pátina de exhibiciones democráticas que nos aquejan ha falsificado nombres, ha intentado hacer olvidar otros y ha metido con calzador unos cuantos, aguacero nada fértil, al pensar acomplejados y cursis que traerían aires de modernidad y caretas democráticas para todos. Los unos, los de la autotitulada izquierda, porque creían y creen estar así cumpliendo una venganza histórica por agravios que, a ellos personalmente, nadie les hizo (¡esos ministros de Rodríguez con padres requetefranquistas!) y los otros por su indeclinable prurito de ocultarse u ocultar un pasado con el que, ahora, querrían no haber tenido relación alguna. Pero la tuvieron. Y fructífera, tanto como la de los papás de los progres de mesa y olla.

Ya hemos comentado en otras ocasiones la que nos viene encima con la Ley de Memoria Histórica y su aneja catarata de histeria reivindicadora contra topónimos, callejeros urbanos y lápidas conmemorativas, de las pocas que van quedando relacionadas con el franquismo. Cualquier día arremeterán contra el general carlista que presta su apellido a mi calle: los conocimientos históricos y la prudencia no son el fuerte de tan pugnaces luchadores. A grosso modo, esto es falsear la historia, porque significa obstinarse en negar que ocurrió lo que ocurrió. Para bien y para mal, aunque ellos no lo entienden así, convencidos como están de que con prohibir las versiones contrarias, o simplemente distintas, la suya ya ha triunfado. Hasta como testimonio vivo y subsistente de aquel pasado, convendría a los rojos (los verdaderos, los cuatro supervivientes) que se conservaran estas muestras de las imposiciones que el franquismo practicaba. Demasiado sutil, excesiva apelación a reflexiones y raciocinios, cuando lo suyo es el alarido, las quemas de cabinas telefónicas o cajeros automáticos y el exterminio del contrario, si se puede. Una seguidora de Chávez nos lo resumía bien, hace unos días, en su pancarta, digna de Izquierda Unida: "Vivan los hijos del pueblo, muerte a los hijos de la burgecia (sic)". Todo un programa.

Pero en el afán falsificador y vengativo –ellos lo llaman justiciero– no se conforman con agredir a la mismísima Macarena o con quitar las estatuas de Franco, también quieren asaltar aquellas placas que recuerdan a víctimas de derechas. Imagino qué genialidad estarán urdiendo para sustituir a "Mártires de Paracuellos": ¿Despenados de Paracuellos? ¿Calle de los que perdieron la verticalidad por impactos infortunados pero letales en un pueblo madrileño? ¿O se irán directamente al lógico Calle del Doctor (por la UAM) Carrillo? ¿Tendrán compasión con la tragedia familiar de los García Noblejas, de haber muerto tantos hermanos (como lo del Soldado Ryan, pero en serio) entre la Guerra Civil y la Campaña de Rusia? ¿Los Caídos de la División Azul alcanzarán el perdón por perder la vida tan lejos de España (en pos de sus ideas, las que fueran, como hicieron los republicanos que combatían en los ejércitos aliados) y no en combate con la Segunda República?

Nos tememos que no. La mezquindad y la saña no se paran en barras y si pretenden convertir el Valle de los Caídos en un parque temático, con Llamazares vendiendo los boletos y el dúo de pensadores Rodríguez-Pepiño de muñidores ideológicos, ¿por qué habrían de atender a misericordias o compasiones que, encima, ni siquiera dan dinero? Seguirán proliferando las calles y plazas de la Libertad, de la Constitución, de García Lorca, de Cataluña, Andalucía (omito las otras quince), de la Equidad, la Fraternidad, etc. Y del Che Guevara. Las señoras indígenas seguirán sin saber dar razón de las direcciones que se les preguntan y algunos visitantes mascullaremos un recuerdo –malo– para esta mezcla de necedad y miseria que Rodríguez ha desenterrado, con el entusiasmo –todo hay que decirlo– de no pocos aspirantes a censores y verdugos de su misma talla moral.

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