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Thomas Sowell

Nos hemos pasado tres puentes

Podemos expulsar a los granujas en las elecciones, pero los nuevos granujas que los sustituyan estarán sometidos a los mismos incentivos y con total probabilidad responderán de la misma manera.

Hizo falta que se derrumbara un puente en Minnesota para que todo el país supiera que se ha dejado que muchos otros puentes en muchos otros lugares se deterioren sin el mantenimiento adecuado.

Si el problema se limitase a una deficiente dirección política en diversos niveles del Gobierno, podríamos conservar la esperanza de disponer de líderes mejores en el futuro. Pero se trata de algo mucho más profundo. No son sólo las personas sino los incentivos los responsables de la falta de mantenimiento de las infraestructuras al mismo tiempo que el dinero de los contribuyentes se dilapida en toda suerte de proyectos bastante menos urgentes. En otras palabras, aunque exista un cambio completo de líderes políticos al cabo de un tiempo, el problema seguirá presente porque estos continuarán operando bajo los mismos incentivos.

Hay quien afirma que el problema es la gran cantidad de dinero que costaría mantener apropiadamente puentes, autopistas, presas y demás infraestructuras. Pero siempre hay dinero suficiente para otros proyectos, incluyendo algunos mucho menos urgentes y hasta cosas verdaderamente contraproducentes. El verdadero problema es que los políticos tienen incentivos para desperdiciar el dinero del contribuyente en cosas que mejoran sus posibilidades de ser reelegidos. Probablemente haya fondos suficientes para mantener los puentes y el resto de la infraestructura, pero ese dinero da más réditos políticos si se dedica a construir algo nuevo en lugar de mantener y reparar las obras públicas existentes.

Cuando el dinero se gasta en la construcción de un nuevo centro social, un campo de golf o cualquier otra cosa que sea noticia habrá ceremonias de inauguración y los políticos que cortan las cintas pueden contar con ver sus fotos en los periódicos y salir en televisión. Todo eso hace que sus nombres aparezcan ante la opinión pública asociados a una imagen positiva y, por tanto, mejora sus expectivas de salir reelegidos. Pero no hay ceremonias de inauguración cuando se reparan puentes o se arreglan los baches de las carreteras. Estas actividades pueden ser más valiosas que un centro social o un campo de golf, pero no resultan tan fotogénicas.

La predilección por los proyectos llamativos que mejoren las perspectivas profesionales de un político no es una característica propia de los políticos actuales. Adam Smith hizo hincapié en que los políticos de la Europa del siglo XVIII tenían el mismo defecto.

Podemos expulsar a los granujas en las elecciones, pero los nuevos granujas que los sustituyan estarán sometidos a los mismos incentivos y con total probabilidad responderán de la misma manera. Un patrón que ha persistido durante más de dos siglos es probable que continúe invariable a menos que se cambie algo fundamental. Lo que realmente hace falta es cambiar los incentivos.

Aunque en Estados Unidos la mayor parte de los puentes son propiedad de las agencias gubernamentales que se encargan de administrarlos, ha habido épocas y lugares en los que los puentes eran propiedad de compañías privadas y eran gestionados por ellas, al igual que otros muchos bienes y servicios son proporcionados a través del mercado.

¿Cómo eso cambiaría los incentivos? Una compañía tiene que conseguir el dinero para construir y mantener tanto puentes como otras infraestructuras voluntariamente en los mercados financieros en lugar de poder sacar a la fuerza el dinero al contribuyente. Por tanto, sus inversores van a ser mucho más meticulosos con lo que se va a hacer con su dinero. Aquellos que están arriesgando su propio dinero querrán tener sus propios expertos que miren con lupa los puentes que están financiando para ver dónde hay corrosión, grietas o pilares a punto de venirse abajo. Saber con certeza que si un puente se viene abajo habrá querellas que le costarán millones de dólares de su propia fortuna, porque no saldrán del dinero del contribuyente como ahora, hace que la mente se mantenga centrada.

Es probable que a quienes les gusta pensar en el Estado como la encarnación del interés público se horroricen ante la idea de entregar una función gubernamental a la empresa privada. Los políticos que quieren mantener todo el poder y control posibles en sus manos lógicamente animarán a la gente a ver las cosas de esa manera. Pero el historial de las infraestructuras gestionadas privadamente saldría muy bien parado en comparación con las infraestructuras gestionadas por el Estado, aunque sólo si nos detuviéramos a comparar, y a pensar.

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