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Thomas Sowell

Política mezquina

Si las malas decisiones del directivo cuestan miles de millones a la compañía, darle la patada inmediatamente a cambio de unos pocos millones (en lugar de retrasar su salida con luchas internas o enfrentamientos en los tribunales) es un chollo.

El Congreso nunca hace más ridículo que cuando intenta dar imagen de seriedad. ¿Cuál fue una de las primeras cosas que reguló el Congreso en mitad de una crisis financiera nacional importante? El salario de los directivos de las instituciones financieras. Si todos esos directivos se pusieran de acuerdo en trabajar gratis, no sería suficiente ni para rebajar el coste del rescate financiero un punto porcentual. Cualquier institución que fuera realmente seria empezaría preocupándose por el 99% y dejaría el 1% para más tarde.

Pero al margen de lo insignificante que sea el salario de los directores ejecutivos desde un punto de vista macroeconómico, lo cierto es que sí tiene cierta miga política. Sean cuales sean los defectos de los demócratas, son coherentes en su mensaje (y la envidia de clase forma gran parte de ese mensaje). La gente que afirma no comprender cómo la mayoría de los directivos ganan tantos millones parece no darse cuenta de la tontería que están diciendo. Al fin y al cabo, la mayoría de las personas no comprenden la mayoría de las cosas, pero ese no es motivo para exigir que la política nacional se guíe por su ignorancia.

Yo no entiendo el 1% de lo que hay que entender acerca del mismo ordenador en el que se están redactando estas palabras ni acerca de Internet, por donde se transmitirán estas líneas a la empresa que distribuye la columna. No tengo ni idea acerca de cómo se dirige una empresa de contenidos y mucho menos a cuántas personas se debe pagar por dirigirla.

Lo que realmente descoloca a la ciudadanía es que un directivo que ha gestionado mal una empresa, llevándola a perder miles de millones de dólares, sea recompensado con una compensación por cese de millones de dólares.

Piense un poco en ello. Si las malas decisiones del directivo cuestan miles de millones a la compañía, darle la patada inmediatamente a cambio de unos pocos millones (en lugar de retrasar su salida con luchas internas o enfrentamientos en los tribunales) es un chollo. Es como si usted está casado con alguien con el que es imposible vivir. El divorcio puede costar mucho más que el matrimonio, y aun así merecer cada céntimo que se gaste para lograrlo. ¿Pero dónde queda la "justicia social" en todo esto?

Esta pregunta parece tener una gran importancia para las personas que actúan como si ellos fueran Dios en el Juicio Final. Pero una diferencia fundamental entre ellos y Dios es que éste no tiene por qué preocuparse por lo que va a suceder después del Juicio Final. Que paguemos a alguien por no poder convivir con él puede ofender nuestro amor propio del mismo modo que lo hace compensar a alguien que ha dirigido mal una compañía. Pero la verdadera pregunta es ¿cuál es la alternativa y cómo va a afectar esa alternativa a nuestro futuro?

Imponer límites legales a los salarios de los directivos es una de las cosas más mezquinas y manirrotas que se puede hacer. La diferencia entre un directivo de vanguardia y un directivo de segunda línea puede suponer una diferencia de miles de millones de dólares en la cuenta de resultados. Esta circunstancia es lo que hace subir como la espuma el salario de los directivos. Si usted quiere a un buen gestor para que dirija compañías tan grandes y complejas como Fannie Mae o Freddie Mac, no hay motivo para no ofrecer cinco millones de dólares anuales si otras empresas similares pagan 20 millones de dólares a personas con conocimientos similares.

¿Quién va a aceptar un recorte salarial de 15 millones de dólares por dirigir estas empresas si además tendrá que soportar a los políticos?

El dinero que se puede ahorrar limitando el salario de los directivos es calderilla en comparación con el dinero que se puede perder por no atraer a las personas más capacitadas. El propio Congreso es un ejemplo clásico de lo que puede suceder cuando se restringe el tipo de gente a atraer. Ningún médico, abogado, economista, ingeniero o directivo de nivel se puede convertir en miembro del Congreso sin sufrir un gigantesco recorte salarial (que puede llegar quizá a millones de dólares a lo largo de una vida).

Por otra parte, si usted paga a cada miembro del Congreso un millón de dólares al año, el coste sería inferior al de una pequeña chapuza pública y muy inferior a la creación de un nuevo departamento. No es que los miembros del Congreso merezcan hoy un incremento salarial. Ni siquiera merecen su salario actual. Pero esa es la razón por la que hay que atraer a gente diferente. Los políticos baratos resultan en realidad muy caros y ese mismo principio se aplica a los directivos.

En Libre Mercado

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