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Thomas Sowell

Republicanos: de triunfadores a pringaos

Si los líderes republicanos no han aprendido nada de su reciente derrota, quizá algunos partidarios republicanos lo hagan.

En apenas dos años, los republicanos han pasado de ser grandes triunfadores a ser unos pringaos. En el 2004, los Republicanos obtuvieron democráticamente el control de las tres ramas del gobierno federal y la mayor parte de los gobiernos de los estados. Hoy están preguntándose por dónde les ha venido la colleja.

Ahora que los demócratas están a los controles de Capitol Hill, el presidente Bush ha expresado esperanzas de aprobar una ley de inmigración bipartidista, pero la única que podría ser aprobado por un Congreso demócrata es una ley de amnistía, lo que puede ser el anticipo de otra derrota republicana en el 2008.

Si la gente de la Casa Blanca no comprende lo enfurecidos que están sus partidarios con la tentativa de este año de aprobar una ley de amnistía para inmigrantes ilegales –garantizando virtualmente que vendrán aún más millones– entonces es difícil saber qué mensaje recibieron de la reciente debacle de los republicanos en las urnas. La inmigración no fue el único asunto que se dilucidó en las urnas, pero era parte importante de algo mucho mayor: la traición, que incluye entre otras cosas el derroche público sin freno de los republicanos.

Si los líderes republicanos no han aprendido nada de su reciente derrota, quizá algunos partidarios republicanos lo hagan. Algunos de los correos electrónicos más decepcionantes que he recibido de republicanos conservadores antes de las elecciones eran aquellos que decían que estaban tan desilusionados y/o asqueados con la administración Bush que iban a votar a los demócratas con el fin de enviar un mensaje.

Este es un tipo de autoindulgencia emocional común entre los progresistas, pero aparentemente algunos conservadores ahora han llegado a ver las elecciones como oportunidades para airear sus sentimientos en lugar de para elegir entre las opciones existentes para el futuro del país. Enviar un mensaje puede tener sus beneficios pero –al igual que con todos los beneficios– tiene que plantearse la pregunta: "¿A qué precio?"

En la izquierda, se considera correcto decir cosas como "espacios abiertos" o "combustibles alternativos" sin ninguna consideración de lo que cuesta. Lo que es nuevo es encontrar el mismo espíritu floreciendo ahora también entre algunos conservadores.

Conforme avancen las cosas, quizá aquellos conservadores reconsiderarán si valió la pena "enviar un mensaje" al presidente Bush al precio de convertir en presidente del Comité Judicial del Senado al senador Pat Leahy. El control de ese comité por parte de ese senador prácticamente garantiza que los únicos que podrán ser confirmados como jueces federales serán aquellos que probablemente pasen décadas creando nuevos "derechos" para delincuentes, inmigrantes ilegales y terroristas.

¿Acaso fue ese el precio que tuvieron en cuenta esos conservadores que dieron rienda suelta a su rabia en lugar de sopesar las alternativas disponibles? Es muy sencillo decir que "todos los partidos son iguales" o que "las cosas no pueden empeorar más". Eso ya se ha dicho antes, y ya entonces quedaron luego en evidencia. Antes de las elecciones de 1860, los abolicionistas dijeron que daba lo mismo si salía elegido Lincoln o un demócrata. Pero millones de personas fueron liberadas de la esclavitud gracias a que esa predicción estaba equivocada.

En Alemania, la República de Weimar no fue el ideal de gobierno de nadie y, en los desesperados días de la Gran Depresión, sin duda muchos votantes alemanes pensaron que nada podría empeorar su situación. Pero durante la docena de años de dictadura nazi descubrieron justamente hasta qué punto podían ir peor las cosas.

Los republicanos del Congreso carecen de los votos suficientes para evitar que se aprueben leyes o confirmar a cualquier juez, especialmente teniendo en cuenta que los demócratas suelen mantenerse unidos, al contrario que los republicanos. Además, con un presidente republicano diciendo que quiere tanto una ley de inmigración bipartidista como una ley bipartidista de salario mínimo, ni siquiera queda la esperanza del veto presidencial.

Pero el hecho de que no puedas detener algo no significa que tengas que convertirte en cómplice. No hay motivo para que una mayoría de senadores republicanos vuelva a votar nunca para confirmar a otro juez activista radical como Ruth Bader Ginsburg. Tampoco hay ningún motivo por el que los republicanos del Congreso deban enfurecer de nuevo a sus partidarios votando a favor de otra ley de amnistía de los inmigrantes ilegales. A menos que quieran volver a parecer unos pringaos en el 2008.

Incluso al margen de temas morales, la traición ha tenido históricamente unos resultados bastante malos tanto para el presidente Bush padre ("impuestos nuevos no") como para el presidente Bush hijo ("reforma exhaustiva de la inmigración"). Y los republicanos del Congreso tendrán que presentarse de nuevo a los votantes en el 2008, aun cuando el presidente Bush no vaya a hacerlo.

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