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Tomás Cuesta

Algo huele a podrido en Dinamarca

Aceptar que doña Rosa ha sido el alma de UPyD no le concede el monopolio del cerebro y las garras.

Aceptar que doña Rosa ha sido el alma de UPyD no le concede el monopolio del cerebro y las garras.
Rosa Díez en una foto reciente | EFE

Cuando Jordi Pujol, al poco de morir Franco, vendía las virtudes de la socialdemocracia sueca como argamasa ideológica para reconstruir la patria (la patria, es decir, su patria, aquella que tuvo décadas a régimen de ordeno y mando mientras él y los suyos la ordeñaban a ultranza), un Josep Pla coñón le recordó que la propuesta, siendo muy meritoria, fallaba por la base. En el país petit, obsesionado por ser grande, había mucha gente capaz de hacerse el sueco cuando las circunstancias así lo aconsejaban pero, a los suecos de verdad, habría que buscarlos con linterna en los campings. ¿Socialdemocracia sueca? ¿Sin suecos (¡y sin suecas!), sin platillos de smörgasbord, sin paisajes nevados…? El asunto, per se, era una paparrucha, una atorrante "collonada". Una pifia menor, en cualquier caso, en la historia de un hombre podrido hasta las cachas.

La historia, sin embargo, se repite con saña; el vodevil, en este caso, se reestrena como farsa y la cuitada Rosa Díez, antes de marchitarse, ha cogido el portante, al igual que Pujol, con rumbo a Escandinavia. De ahí que, el otro día, para justificar el que UPyD se encuentre à bout de soufflé y en la frontera del colapso, le diera por liarse la manta a la cabeza y extraviar, junto al oremus, la brújula y el mapa. Ella creó un partido perfectamente homologable en un país petit, apacible y sensato, en un país, o sea, calcado a Dinamarca y el problema, señores, es que esto es España. Nos encontramos, por lo tanto, frente al mismo dilema que resolvió el genio de Pla de un certero plumazo. En un lugar donde los suecos escasean, los daneses se cuentan con una sola mano.

Sería injusto, empero, crucificar a Rosa Díez por patinar en puertas de la Semana Santa. No es la primera vez que le traiciona el verbo, ni ha de ser, tampoco, la última agudeza que le estalla en los labios. La líder de UPyD ha conseguido ver el sol en el manglar sombrío de los politicastros abriéndose camino a machetazos dialécticos, recetando mamporros, sopapos y azotainas. Ha jugado sus bazas con criterio, muchas veces con tino y todas con coraje. Le ha bajado los humos a los jaques y ha conseguido, incluso, demostrar que Rajoy tiene sangre en las venas y no un bidón de horchata.

Pero aceptar que doña Rosa ha sido el alma de UPyD no le concede el monopolio del cerebro y las garras. No es raro, pues, que ahora los que remaban en su barco se extasíen oyendo los cantos de sirena de un poder que jamás tuvieron tan cercano. Y es lástima que, al cabo, en el último acto, la función se sustancie con una batahola de traiciones ofidias y estocadas de saldo. Lo cabal, y lo estético, aprovechando que el Nervión pasa por Dinamarca, es invocar a Shakespeare y que quien hable sea Hamlet.

To be or not to be: that is the question. He aquí el tinglado de la antigua farsa. He aquí, también, el busilis del drama.

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