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Tomás Cuesta

Carmena, los tuits satánicos y Guillermo el Travieso

La señora Carmena, que iba a limpiar Madrid en apenas seis meses, ha barrido hacia casa y se le ha visto el plumero.

La señora Carmena, que prometió limpiar Madrid en apenas seis meses, no ha tardado ni un día en pringarse a conciencia tratando de esconder debajo de la alfombra la miseria moral de quienes la sostienen. En horas veinticuatro -el plazo en que el gran Lope tardaba en hilvanar un drama convincente- ella ha puesto en escena una comedia bufa en la que se amalgaman la estupidez sin límites, el rencor a mansalva y la desfachatez a espuertas. La abuelita (¡abuelita, qué dientes tan grandes tienes!) ha archivado los chistes del concejal Zapata en la carpeta en donde duermen las zaragatas de los nietos. Sus muchachos, al cabo, son tan jóvenes, tienen tanta energía, tanto entusiasmo, tantos sueños, que es natural -¡ay, pobres!- que se dejen las muelas en la pastilla del turrón municipal y espeso.

Son como niños, ea, como niños perdidos que una reencarnación de Peter Pan ha uncido a su coleta. Como niños sin freno que quieren que los otros (los que tienen la culpa de no ser de su cuerda) se avengan a jugar dónde a ellos les pete. Ellos eligen campo, fijan las condiciones, establecen las reglas. Y son ellos, por último, los que reparten los papeles. O policías, o ladrones. O verdugos, o reos. A saco y a degüello. No hay cuartel, no hay piedad, no hay prisioneros. Son como niños, ea, como niños crueles que se chotean del dolor de los muertos ajenos y que se emperran en negar que, al empoderarse de los sueldos, se encuentran obligados a satisfacer sus deudas.

Aun así, los neófitos en la succión del presupuesto no lo son hasta el punto de abandonar de la teta. Y aunque los tuits inmundos de Guillermo el Travieso hayan desbaratado su romance con el Arte y las Letras ahora tiene el distrito de Fuencarral-El Pardo para probar que, en ciertos casos, todo el monte es orégano. O sea, que a la postre, y dando carrete al humor negro, va a resultar que el doctor Goebbels, o la culminación de lo siniestro, de no haberse encargado del ministerio de Cultura habría sido un tipo casi llevadero.

Humoradas al margen, la clave de este incendio no es descubrir, de pronto, que las redes sociales son una sentina hedionda, un gigantesco vertedero, una pocilga en la que hoza esa horda vocinglera que ha transformado la rabia en coartada y el odio en santo y seña. En términos políticos, el quid de la cuestión, la cifra del misterio y -puesto que a huevo viene- la abuela del cordero, es la pasmosa rapidez con la que la teórica alcaldesa se ha escaqueado tras su máscara de esfinge sonriente. La señora Carmena, que iba a limpiar Madrid en apenas seis meses, ha barrido hacia casa y se le ha visto el plumero.

¿De qué sirve una ex jueza que ni falla ni acierta, ni absuelve ni condena? ¿Pretende ser, quizá, la empalagosa tonta útil que deja que los párvulos le atusen las guedejas? ¿O se marchitará, tal vez, si un centelleo cínico desarbola su pose de septuagenaria ingenua? Decía Oscar Wilde que un cínico (pongamos una cínica por no agraviar el género) es alguien que conoce el precio de todo y el valor de nada. Pues eso, doña, pues eso.

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