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Tomás Cuesta

Debates de ayer y hoy: entre el Juicio de Dios y el de la audiencia

Un debate zanjado por el Juicio de Dios tiene mayor enjundia que los que se resuelven con la ordalía de la audiencia.

Un debate zanjado por el Juicio de Dios tiene mayor enjundia que los que se resuelven con la ordalía de la audiencia.
Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias | Efe

En la gloriosa vida de santo Domingo de Guzmán, que caligrafió en el siglo XIII un frailecillo de su orden llamado El Cerratense ("frater Rodericus humilis Cerratensis"), hay un pasaje titulado El libro de Domingo sale ileso del fuego que, hoy por hoy, viene al pelo para salpimentar esa avalancha de charlatanería huera con que los hunos y los otros piden la papeleta. Santo Domingo, como saben, era un predicador excepcional, un polemista excelso, un paladín de la retórica, un campeón del verbo. Un hombre que retó a los propagandistas cátaros a debatir sobre doctrina en su propio terreno y que jamás escurrió el bulto ante la controversia.

La del libro y el fuego que glosa El Cerratense se celebró en Fanjeux, un bastión albigense, y enfrentó al bienaventurado burgalés con un inspirado intérprete de las tesis heréticas. El caso es que, ésta vez, el duelo dialéctico acabaría cero a cero y los jueces de campo que dirimían la querella remitieron la causa al tribunal del Juez Supremo. Así que dicho y hecho: los libretos de ambos se zambulleron en la hoguera y Dios, visto y no visto, formuló la sentencia. ¿Es preciso aclarar que el que pertenecía al albigense ardió tal que la yesca mientras que el de Domingo, en cambio, ni se chamuscó siquiera?

Ocho siglos después y acomodados ya en un nuevo milenio, el arte del debate ha decaído hasta el extremo de que el papel que antes jugaba un doctor de la Iglesia ahora corre por cuenta de un doctorado en picaresca cuyo único mérito es que, partiendo de la nada, ha conseguido encaramarse al pedestal de la miseria. La fulgurante trayectoria del buscón Pablo Iglesias es el ejemplo más notorio de la imparable banalización de la política cuando establece su campo de batalla en el insomne parvulario de la teleindigencia. Más grave, en cualquier caso, es que cunda el ejemplo; que el desnortado Pedro Sánchez se oriente en los platós a través de la brújula del líder de Podemos; que Rivera no le haga justicia a sus reflejos y expenda latiguillos a guisa de argumentos; que Rajoy, el Ausente, revista de estrategia el racaneo oportunista y de cordura el miedo.

Pero eso es lo que hay, lentejas o lentejas, debates a porfía y farándula a espuertas, sumisión absoluta al imperio del share y delectación morbosa con los despliegues telegénicos. Al cabo, nada nuevo. Giovanni Sartori, al desnudar al "Homo videns", anticipó un futuro que se concreta en el presente. La democracia reflejada en el espejo de los medios aparca lo real y sacraliza los señuelos. Una vez atrofiado el pensamiento crítico, las imágenes suplen la ausencia de conceptos.

De ahí que, aún sin quitarle el ojo al día 20, un servidor de ustedes prefiera dedicarle a un santo pendenciero la atención que reclaman los reñidores de taberna. Y es que, a fin de cuentas, un debate zanjado por el Juicio de Dios tiene mayor enjundia que los que se resuelven con la ordalía de la audiencia.

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