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Tomás Cuesta

Episodios municipales: de Confusio a Carmena

La cruzada que la alcaldesa ha convocado en nombre de la ortodoxia callejera pretende administrar jarabe de ricino a los que no se dejen rapar la cabeza.

La cruzada que la alcaldesa ha convocado en nombre de la ortodoxia callejera pretende administrar jarabe de ricino a los que no se dejen rapar la cabeza.
Benito Pérez Galdós y Manuela Carmena | Archivo

Entre la infinidad de personajes que el genio de Galdós se sacó de la manga, o sea, del caletre, hay uno que, hoy por hoy, viene a huevo y al pelo para aliviar estas jornadas de bochornos a ultranza y calentones a degüello. Juanito Santiuste, alias Confusio, aparece en escena cuando los Episodios Nacionales se encaminan, exhaustos, hacia un deslavazado sprint final que está a mucha distancia de la excelencia primigenia. Sin embargo, Galdós siempre será Galdós y, pese a que el folletín encalle a esas alturas y no llegue a transustanciarse en epopeya, es muy capaz aún de especiar el enredo a cuenta de un pirado con tufos quijotescos. Juanito Santiuste es, en efecto, un loco, uno más de los muchos a los que el escritor canario ha dado la palabra en sus novelas. Un orate venial que, tras poner a prueba sus nulas cualidades como agente secreto, concluye que lo suyo es escribir la historia en vez de aventurarse a que la historia le hinque el diente.

Dicho y hecho. Confusio, el irrisorio remoquete que le sirvió de "nom de guerre", pasa a ser el bizarro "nom de plume" de un cruce delirante de historiador y justiciero. En virtud del enfoque "lógico-natural" con el que el antihéroe galdosiano descifraba el pretérito, los hechos son siempre irrelevantes porque la única verdad es la que dictamina la conciencia. De ahí que su piadoso protector, el marqués de Baramendi, tenga que contener la risa y disimular la pena al explicar en qué consiste la chifladura de su amigo y la obsesión inagotable que le ha sorbido el seso: "Confusio no escribe la historia, sino que la inventa. La compone con arreglo a lógica y dentro del principio de que los sucesos son como deben ser". No es preciso abundar en que las tesis confusianas, a poco que se apliquen rigurosamente, no dejan un acontecimiento en pie, ni un títere con cabeza.

Pero, por si las moscas, el bueno del marqués convida a la parroquia a una degustación de tinta fresca: "Anteayer me leyó un capítulo en el que describe los sucesos del año 23, las solapadas artes de Fernando VII para ahogar en España el espíritu liberal, la intervención de los Cien mil hijos de San Luis restableciendo el absolutismo, los acuerdos de las Cortes….Mas, al llegar aquí, el hombre se quita de cuentos, y ¿qué creerán ustedes que proponen, discuten y votan al fin las Cámaras? Pues procesar al Rey. Acto seguido, pásmense, Fernando es condenado a muerte. Y, como no resulta decoroso ahorcarle, ni tenemos verdugos que sepan degollar, es fusilado, con muchísimo respeto en Cádiz, en el baluarte próximo a la Aduana… ¿Qué? ¿Se ríen ustedes?"

¿Se ríen ustedes? La pregunta de entonces, después de más de un siglo de logros y tragedias, aún es pertinente. Confusio, por desgracia, ha sido consumido por las insaciables tragaderas de una modernidad analfabeta y los que en la actualidad pretenden reescribir la historia bastardeando honras y levantado muertos, no lo hacen en nombre de ese humanismo cándido, entrañable y risueño que Galdós, tan huraño, quiso poner en suerte. Entre Juanito Insausti y Manuela Carmena se interpone un abismo de rencor, un piélago de odio, un páramo agostado por el resentimiento. La metodología confusiana sólo aspiraba, a fin de cuentas, a bruñir los anales, no a consumar vendettas. Por contra, esa cruzada que la alcaldesa podemita ha convocado en nombre de la ortodoxia callejera, pretende administrar jarabe de ricino a los que no se avengan a que les rapen la cabeza.

Desdichado Confusio. Alguien que fue capaz de ejecutar al Rey Felón (con la ley en la mano y con muchísimo respeto) no se merece codearse con semejante patulea.

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