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Tomás Cuesta

La risa siberiana del camarada Iglesias

Pablo Iglesias, disfrazado de Stalin con coleta, ha enviado a sus pares, Bescansa y Errejón, a tomar por Siberia.

Habida cuenta de que los mitos y los hitos de la historia soviética ocupan un lugar de privilegio en el hábitat mental de Pablo Iglesias, no es de extrañar que, para quitarle hierro al centelleo de navajas en la nomenklatura de Podemos, haya tenido el cuajo de perpetrar una agudeza sobre el inmenso matadero que gestionaron sus ancestros. El camarada Iglesias, perito en triquiñuelas, quiso salir al paso de la fronda insurgente caricaturizándose a sí mismo de Stalin con coleta y enviado a sus pares, Bescansa y Errejón, a tomar por Siberia. Un chiste facilón que, sin embargo, surtió efecto y se expandió de tuit en tuit cual la farsa monea.

Llegados a ese punto, la anécdota declina y la categoría emerge. ¿Qué es lo que legitima que la memoria del Gulag pueda servir de percha a una humorada infecta? ¿Qué enfermedad moral precipita en la amnesia a la otra sucursal del infierno en la tierra? ¿Qué ocurriría si, de pronto, el "sturmbannfhürer" Pablo Iglesias facturase a Bescansa y al rorro y a Errejón a ducharse en un lager a ver si se despejan? Pierdan cuidado, las ofensivas zapatistas, luego de ser absueltas, han sido confinadas en el baúl de las miserias. Pero la broma siberiana, siendo un dechado de indecencias, acaba ensuciando menos que el aluvión de carcajadas que componen su séquito.

El comunismo nunca ha pagado por los crímenes que, en el nombre del pueblo, ha cometido contra el pueblo. Y la izquierda actual, después de soltar lastre y lustrar su conciencia, ha decretado una jovial auto amnistía que disfraza de herbívoro a un carnívoro espectro. De ahí que se establezca una trinchera ética entre la Solución Final y el Terror Permanente. Entre la obligación de no olvidar y el olvido sin tregua. Entre el silencio piadoso y la risotada obscena.

La risa y el olvido -ha escrito Martin Amis- atenúan o excusan la tragedia de quienes fueron víctimas (colaterales, por supuesto) de una utopía redentora cuyo objetivo último, la sociedad perfecta, compensaba con creces el fervor homicida que abrumaba el trayecto. La risa y el olvido, o, por mejor decir, la risa del olvido impune y asimétrico: "Todo el mundo ha oído hablar de Auschwitz y de Belsen. Nadie sabe nada de Vorkutá o de Solovetski. Todo el mundo ha oído hablar de Himmler y de Eichmann. Nadie sabe nada de Dzeryinski o de Yezhov".

El camarada Iglesias, no obstante, sí que sabe, conoce de pe a pa la partitura, no hay ningún intérprete que le resulte ajeno. Mas, aun así, disculpa a los verdugos y transforma el cadalso en un club de la comedia. Burla burlando, el burlador enhebra aviesos chistecillos y romas agudezas. ¿Errejón y Bescansa? ¡A Siberia con ellos! El Gulag, a la postre, únicamente fue un tropiezo.  

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