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Tomás Cuesta

¿Quién teme a Esperanza Aguirre?

A contrapelo del discurso de la derecha-guay que Rajoy ha arreado hasta el despeñadero, Aguirre no le concede al adversario ni un mínimo respiro.

A contrapelo del discurso de la derecha-guay que Rajoy ha arreado hasta el despeñadero, Aguirre no le concede al adversario ni un mínimo respiro.
EFE

Para esa izquierda que es incapaz de recordar cuál fue la última vez que se topó con una idea, no queda otra que encomendarse a un enemigo tras el que camuflar su falta de argumentos. El enemigo, obviamente, es el de siempre y, aunque varíe el perfil del personaje, el escenario o el atrezo, el guión de la trama no se altera.

Aquellos que se arrogan la representación de la virtud y el monopolio inapelable del humanitarismo y la decencia, ponen a su adversario en la picota tras endosarle el sambenito que mejor les convenga. Especuladores sin escrúpulos, facinerosos sin vergüenza, campeones de la desigualdad, caciques de la miseria… Cualquier calificativo es válido si acentúa el rencor y hace que el odio medre cuando se ha repartido ya la última mano antes de que las urnas den carpetazo al juego.

Ahora y aquí, los tópicos más burdos, las invectivas más venales, las etiquetas más mugrientas, vuelven a cobrar vida en boca de los chamarileros de la ofensa. ¡La derecha es culpable!, claman a voz en cuello los cocinillas que aderezan el dogmatismo intonso de un credo criminal con el empalagoso almíbar de la telegenia. Y la derecha, ay, acata el veredicto y se hunde -se sepulta- entre aspavientos desflecados e insípidos silencios. La única excepción al rigor de la regla es Esperanza Aguirre que sigue empecinada en ir por libre y en reivindicar la libertad como herramienta. Si en algo se parece a su admirada Thatcher la indócil candidata a la alcaldía madrileña es en que tiene el don de crisparle la jeta a tirios y a troyanos, de romper con la pana a diestra y a siniestra.

Que sea por muchos años y ustedes que lo vean. Desgraciados aquellos que presumen de haberle caído en gracia a los de enfrente. Si es cierto que la fe mueve montañas, no es menos verdad que el conformismo (el conformismo y su progenie: el compadreo, el pactismo, la pachorra, la ausencia de redaños, la falta de reflejos) generalmente acaba arrumbado en el trastero a quienes anteponen el confort a las creencias. En la arena política, que es un corral de cuernos, los votos son amores y los romances huelgan. Pretender suscitar pasiones ecuménicas, no sólo es un vicio estéril, es, además, grotesco.

A contrapelo del discurso de la derecha-guay que Rajoy ha arreado hasta el despeñadero, la candidata Aguirre no le concede al adversario ni un mínimo respiro, ni un palmo de terreno. Si lo prioritario hoy, es conservar Madrid, lo trascendente, luego, es restaurar el crédito de un partido que ignora que, al traicionar sus convicciones, se ha corrompido en bloque, amén de por parcelas. Mientras, llueven chuzos de punta en la recta final de los comicios domingueros y está por dilucidarse aún si en ese baile de bastones los suyos no han llevado del brazo a los ajenos.

¿Quién teme a Esperanza Aguirre? O, por mejor decir, ¿quién no la teme?

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