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Tomás Cuesta

Tania Sánchez y la cocinera de Lenin

Ni confirma ni niega que arribó a la política como los niños bien acceden a la empresa paterna.

Ni confirma ni niega que arribó a la política como los niños bien acceden a la empresa paterna.
Tania Sánchez en una imagen de archivo | Cordon Press

La apasionada Tania Sánchez (una Pasionaria en ciernes) tiene un currículum tan sieso, tan ceñido al encaste municipal y obsceno, que intentar falsearlo exigiría tanto esfuerzo como autentificar el que ha muñido el doctor Monedero. Hay que decir, no obstante, que -al contrario que otros, que un Moreno Bonilla, pongamos por ejemplo- sabe estar a la altura de sus debilidades y no posa con galas que no le pertenecen. Cualquiera, sin embargo, puede meter la pata y adentrarse en jardines donde los extravíos medran. El mejor escribano echa un borrón y ella, aun siendo ágrafa, no había de ser menos. Hete aquí, pues, que, interrogada por su historial profesional, por cuanta carrerilla había cogido antes de dedicarse a hacer carrera, trató de escurrir el bulto y, de paso, hinchó el muerto.

Ni confirma ni niega que arribó a la política como los niños bien acceden a la empresa paterna: porque le caía al lado y porque lo tenía a huevo. Pero también es cierto que, cuando se ancló en lo público, ya había navegado por la mar de "experiencias". Sirvió copas (¡qué guay!), paseó perros (¡qué guau!), disfrutó de un Erasmus, practicó el buzoneo, arbitró algún partido (de fútbol, que hay más riesgo) y se abismó en las narco salas para aliviar el mono de una legión de espectros. ¡Y eso es todo, amigos! Así se forjó el acero de la generación que ahora se encrespa. Esa que, por lo visto -lo visto y lo revisto hasta la náusea, hasta las heces- en el barullo insomne de La Cuatro y La Sexta, la apasionada Tania Sánchez encarna y representa.

En los compases iniciales de la Revolución de Octubre, cuando en la Perspectiva Nevski aún pregonaban a balazos el venturoso advenimiento de la Nueva Era, hubo algún integrante del núcleo duro bolchevique que dudó de que ellos, tras conquistar el cielo, tuvieran facultades para administrar su presa. Y Lenin -la duda ofende- tajó el nudo gordiano con la desenvoltura de un esgrimista dialéctico: "Siempre que no se aparte de los preceptos del marxismo, hasta una cocinera podría llevar las riendas". Haciendo caso omiso de su aspereza panfletaria y del flagrante menoscabo de la igualdad de género, la receta es exacta y la cazuela idéntica. Sólo a los ingredientes les han cambiado la etiqueta.

La ortodoxia marxista se fue con viento fresco y el populismo heterodoxo, tumultuario y posmoderno entra en escena a lomos de un vendaval calenturiento. Han dejado a su espalda cien millones de muertos y más cerca, aquí mismo, en la acera de enfrente, la ruina que engendrara su Tirano Rojeras. Ellos, en cualquier caso, se han otorgado una amnistía (la "autoamnistía", dice Sloterdïjk, es la clave de bóveda del santuario de la izquierda) con la que, al tiempo que lustran su pasado, disimulan las taras del presente. Sentada esa premisa, el abracadabra se completa cuando, tras convertir el mundo en una inmensa audiencia, se arrogan el papel de fiscales perpetuos. No es preciso aclarar que el juicio es sumarísimo: amigos-enemigos, inocentes de oficio- reos por sistema. Condenas en "prime-time" sin alegatos previos.

Lo anterior viene a cuento de que el fulgor de Tania Sánchez nada tiene que ver con su capacidad intelectual, ni con sus títulos de crédito, ni siquiera -y es lástima- con sus gozosas "experiencias". Su misión es sentarse en un plató candente con la consigna amartillada, la ofensa predispuesta y un mohín desdeñoso con el que despacha a aquellos que, si han caído del guindo, no han caído en la cuenta de que entre estos pucherazos no anda Dios, sino Lenin. Lenin y Pablo Iglesias, por supuesto.

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