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Vasko Kohlmayer

Ascenso y caída de un diputado musulmán británico

No olvidemos que lo que enfureció a sus censores musulmanes fue que llevase ante la justicia a tres perversos asesinos por el brutal asesinato de un chico inocente.

La elección para el Parlamento de mayo de 1997 de Mohamed Sarwar, un musulmán nacido en Pakistán, fue enarbolada como un acontecimiento trascendental en la historia británica. Interpretado como señal de tolerancia intercultural, el éxito de Sarwar fue considerado por muchos como un hito importante en el camino del país hacia su conversión en una sociedad verdaderamente multicultural.

Impaciente por afirmar su identidad musulmana desde el principio, Sarwar tomó posesión del cargo jurando sobre el Corán, rompiendo una tradición de siglos de jurar lealtad a la Reina. Siempre consciente de lo sagrado de este libro, Sarwar insistió en que se colocara dentro de un envoltorio protector para que "no fuera tocado por alguien que no fuera de la fe" accidentalmente.

Diez años más tarde, Mohamed Sarwar ha anunciado su intención de renunciar a su escaño. Su decisión llega después de una campaña de dos años de amenazas de muerte e insultos que le hicieron temer no sólo por su propia vida sino también por la de sus hijos y nietos.

Muchos se sorprenderán al saber que esta campaña de intimidación no fue llevada a cabo por ningún nacionalista racista o radical británico, sino por los correligionarios musulmanes de Sarwar. Pero solamente podemos apreciar por completo el empaque de este asunto cuando sepamos lo que ha enfurecido tanto a sus correligionarios.

Los problemas de Mohamed Sarwar comenzaron la mañana del 14 de marzo del 2004, cuando un grupo de cinco varones musulmanes daba tumbos por Glasgow buscando un varón blanco al que asesinar. Después de un tiempo, se fijaron en Kriss Donald, un adolescente de constitución débil. Sospechando la que se le venía encima, el chico suplicó a sus secuestradores mientras era introducido a la fuerza en un coche que esperaba: "¿Por qué yo? Sólo tengo quince años."

No habiendo logrado suscitar su compasión, Kriss fue trasladado a la fuerza en un viaje de 200 millas dando vueltas mientras sus torturadores buscaban una casa en la que matarlo. Mientras yacía en el suelo del automóvil, fue objeto de brutales torturas, que incluyeron la castración y el apuñalamiento repetido. Incapaces de encontrar una casa apropiada, los secuestradores condujeron hasta un vertedero, donde lo empaparon de gasolina y después le quemaron vivo. A pesar de toda lo que le habían hecho, Kriss Donald estaba todavía vivo e intentó reptar hasta un agujero de barro para apagar las llamas. Cuando un vigilante descubrió su cuerpo a la mañana siguiente, pensó que era el cadáver de un animal mutilado.

En cuestión de unos días, la policía detuvo a dos de los autores materiales; los otros tres lograron huir con sus parientes en Pakistán. Enseguida quedó claro que juzgarles no sería tarea fácil, dado que no existe acuerdo de extradición entre los dos países. Fue en ese momento cuando intervino Mohamed Sarwar, en cuyo distrito electoral se cometió el asesinato. Viajó hasta Pakistán y utilizó sus contactos para hacer los arreglos que permitieron que los asesinos fueran enviados de regreso a Gran Bretaña. Una vez devueltos, fueron procesados y condenados a cadena perpetua.

Aunque la mayor parte de la gente apreció los esfuerzos de Sarwar, muchos musulmanes vieron las cosas de otra manera. Desataron una campaña que incluyó amenazas de muerte mediante tortura no solamente contra él, sino también contra sus hijos y nietos. Así es como Mohamed Sarwar describía esta experiencia en una entrevista a comienzos de este año:

Mi vida no es la misma, para ser honesto, desde que los traje de vuelta [a los tres asesinos]. Fui objeto de amenazas. Se me dijo que querían castigar a mi familia y dar un horrible ejemplo con mi hijo; que le harían lo que le hicieron a Kriss Donald. Recibí amenazas contra mi vida, contra la de mis hijos y contra la de mis nietos.

Aunque reticente a admitirlo públicamente, sus asociados han revelado que es el miedo a las represalias lo que le obligó a no presentarse a la reelección. Esto convierte a Mohamed Sarwar en el primer parlamentario británico en la era moderna en ser obligado a renunciar mediante intimidación. Pero aparte de ser un infame primer caso, la historia de Mohamed Sarwar es una advertencia directa de los peligros que se le plantean a Occidente por el rápido crecimiento de su población musulmana.

Para comprender el motivo, necesitamos tener en mente que los occidentales han abandonado desde hace tiempo la fuerza como modo de zanjar las diferencias internas. Sin importar lo apasionadamente que creamos en nuestras convicciones, resolvemos nuestras disputas a través del debate público. En lugar de utilizar la violencia física, buscamos triunfar en el ámbito de las ideas y en las urnas. Además de proporcionar un entorno seguro para el contrate de puntos de vista diferentes, este método de gobierno ha demostrado conducir excepcionalmente bien hacia el progreso. Puesto que las vidas y los quehaceres de todos quedan vigorosamente protegidos, no hay miedo a proponer modos nuevos y creativos de tratar temas difíciles, de entre los cuales el más atractivo puede ser elegido mediante el proceso democrático.

Este enfoque, sin embargo, es ajeno a muchos musulmanes, que no tienen ninguna tolerancia hacia los puntos de vista contrarios. La hostilidad hacia los no musulmanes que se puede encontrar en los textos islámicos da lugar además a preocupantes actitudes por parte de muchos de los fieles de esa religión. La más alarmante es la consideración de que cualquiera que ostente ideas contrarias ha de ser silenciado o asesinado. Los conceptos de yihad y fatwa –el asesinato a sangre fría de aquellos que se perciben como contrarios al islam– son la expresión directa de este marco de pensamiento.

Este modo de pensar desafortunadamente también ha llenado a regir el modo en que muchos musulmanes ven la política. Como era de esperar, el islam no permite que se haga ninguna distinción significativa entre la esfera religiosa y la política, y como resultado muchos musulmanes emplean los mismos métodos contra sus adversarios políticos que los que emplean contra sus adversarios religiosos. Coaccionar, hacer callar y asesinar a sus detractores se han convertido así en una parte importante de su activismo político.

Si esos musulmanes se comportasen de esta manera solamente en sus propios países, habría menos motivo de alarma. El problema es que muchos de ellos conservan sus costumbres incluso después de emigrar a países occidentales. Y una vez que se reúnen allí en cifras lo bastante elevadas, con frecuencia suponen una influencia desestabilizadora. Lo que ha sucedido en el distrito de Glasgow Central –en el que los musulmanes han lograron expulsar a un político elegido democráticamente por medio de la más descarada forma de intimidación– debería darnos una idea de la seriedad de este problema.

Igualmente alarmante es la falta obvia de conciencia moral por parte de los críticos de Sarwar. No olvidemos que lo que enfureció a sus censores musulmanes fue que llevase ante la justicia a tres perversos asesinos por el brutal asesinato de un chico inocente. Sólo una mente depravada podría llegar a pensar que eso es algo digno de condena y un severo castigo. Pero los críticos de Sarwar obviamente piensan de otra forma y mediante sus acciones han dejado claro que habrían preferido que el crimen quedara impune y los asesinos siguieran libres.

Es cada vez más obvio que muchos de los seguidores de la religión islámica carecen de dos rasgos esenciales para el correcto funcionamiento de las sociedades occidentales: una contundente conciencia moral y el respeto a aquellos que tienen puntos de vista diferentes. Aquellos que aún albergan dudas sobre esto no tienen más que estudiar la caída de Mohamed Sarwar. Al hacer una buena obra, enfureció a su propio electorado musulmán.

Lo más siniestro de todo es que esta historia es sólo un presagio de las cosas aún más difíciles que se avecinan. Según continúe creciendo la población musulmana de Occidente, los incidentes de este tipo están destinados a tener lugar con mayor frecuencia. La pregunta es si los gobiernos occidentales pueden reunir la voluntad para hacer algo al respecto.

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