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Víctor Cheretski

1. Tiendas de lujo, tapaderas de la mafia

Moscú está cubierta de nieve. En marzo la nieve es gris oscura, igual que el cielo, igual que los edificios, igual que los rostros y la misma vida de los moscovitas. Pocos turistas extranjeros se atreven a visitar en esta fría temporada la oscura realidad de la capital. Pero los que vienen apenas pueden explicarse, con su lógica occidental, esta vida, que sigue siendo una incógnita a pesar de que el “telón de acero” ya no existe hace muchos años.

¿Qué hay de raro en Moscú? Prácticamente todo. Por ejemplo, la capital postbolchevique impresiona por la cantidad de grandes superficies comerciales ultra-modernas y “boutiques” con objetos de lujo. Para algunos analistas es un claro signo de progreso y prosperidad de una sociedad que en el siglo XX, durante la época comunista, ha experimentado una gran escacez de objetos de consumo. La lógica de estos analistas es fácil: si hay comercio – hay compradores para adquirir toda esta abundancia consumista.

La verdad no es así. No hay compradores. Toda este inmenso imperio del comercio permanece vacío. Los rusos hacen sus compras de comestibles y objetos de consumo, como ropa y hasta electrodomésticos, en unos bazares tipo oriental, ubicados en los barrios periféricos, bastante sucios y caóticos pero con precios mucho más accesibles.

¿Y para qué sirve, entonces, el comercio de lujo? La respuesta la conoce cualquier niño moscovita: sirve para blanquear los capitales de la mafia. Y no sólo de la mafia capitalina, sino de todo el país. Estos comercios se encuentran en movimiento permanente: cambian cada seis meses de propietarios y de objetos de venta. Por cierto, ni en estas tiendas, ni en los mercadillos se ven mercancías de procedencia nacional. Todos los productos de consumo son importados, excepto algunos comestibles. Y es que en Rusia el único negocio más o menos rentable, es la venta de objetos extranjeros. Producir no trae beneficios –lo que se gana produciendo se va en impuestos y en sobornos para los funcionarios corruptos, cuya avaricia ahoga cualquier iniciativa privada. Por eso Rusia no produce nada. Los principales abastacedores de los mercadillos populares son China, Turquía y Polonia. Sus productos baratos y de pésima calidad son más o menos accesibles para un moscovita medio. Este último tiene salario de 100 a 200 euros y la jubilación de los mayores es de 50, mientras los precios son parecidos a los de España. Por eso muchos, especialmente los jóvenes, practican el pluriempleo.

Al mismo tiempo, la mayoría de los rusos, hoy en día, son apolíticos. El tema iraquí les preocupa sólo en relación con sus pequeños ahorros en dólares. La caída de esta divisa en medio de la incertidumbre internacional es recibida como una tragedia.

La penuria de la vida explica algunas costumbres formadas en los últimos años. Por ejemplo, los vagones del metro se convierten por la noche en cervecerías improvisadas, ya que los bares siguen siendo lugares de lujo, y además peligrosos por la omnipresencia de los mafiosos. Así que los moscovitas, tanto hombres como mujeres, suelen comprar en los quiosquillos camino de casa, tras la jornada laboral, litronas de cerveza en botellas de plástico. Se vacían en los vagones y se dejan rodar por el suelo. No se trata de jóvenes gamberros. Todo el mundo consume su cerveza diaria en los vagones del metro. Todos están acostumbrados a este fenómeno, incluso la policía.

Los guardianes del órden público salen a la calle por la noche. Miles de policías con chalecos antibala y metralletas en mano se sitúan en los puntos estratégicos de la ciudad. Objetivo: el control de documentos de los transeúntes. No paran a los vagabundos ni a la gente que pueda parecer sospechosa. No interesa. Detienen y piden la documentación sólo a las personas bien vestidas y de buen aspecto que pueden tener algo de dinero. Y es que según las normas, el moscovita tiene que llevar su documentación y si no la lleva su destino es pasar la noche en una de las temibles comisarías o pagar la “multa”. Por supuesto, todos los “sin papeles”prefieren pagar esta “multa” a la patrulla que les para y nunca piden el recibo.

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