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Víctor Cheretski

A veces hay que comprender a Rusia

El fracaso de la última reunión de la OSCE en Viena ha decepcionado a muchos partidarios del paneuropeísmo. El malo de la película ha sido Rusia. No ha cumplido con sus compromisos internacionales: no deja trabajar, por razones de seguridad, a los representantes de la organización europea en Chechenia y mantiene su presencia militar en Moldavia y Georgia.

Por supuesto, es muy feo cuando un socio no cumple con su palabra pero, quizá, aún es peor cuando los países vecinos no se comprenden, no entienden los problemas ajenos y no tienen deseos de buscar compromisos.

Sin ningún propósito de justificar la postura rusa, nos atrevemos a recordar algunos datos relacionados con este tema. Primero, no hay que olvidar que los tres compromisos fueron hechos por el antiguo presidente ruso, Boris Yeltsin, que, según muchos observadores, no se daba cuenta de lo que prometía. La secretaria de Estado norteamericana, Madeleine Albright, máxima crítica de Rusia en Viena, calificó el incumplimiento de la promesa como un hecho inesperado y hasta “trágico”. Y eso, a pesar de que la diplomática americana conoce de sobra el comportamiento del alcoholizado Yeltsin.

Por cierto, hablando de promesas, podemos recordar también que Yeltsin prometió a su propio pueblo un bienestar absoluto en un par de años. Pero el resultado de su presidencia ha sido una miseria absoluta, la disminución de la población en unos 10 millones de personas, guerras, mafias, corrupción y la mortalidad infantil cinco veces más alta que en el resto de Europa. Pues bien, todo esto no molestó tanto a Albright, ni a su jefe Clinton, quizá porque no fuera “trágico”. Y siguieron manteniendo muy buenas relaciones con el “friend Boris”.

En cuanto al principal tema de discusión -la presencia de la OSCE en Chechenia- se ha de recordar que su delegación salió de allí pitando en 1998 por temor a ser degollada, práctica habitual de los islamistas chechenos con todos los “infieles”, sean rusos o europeos. Desde entonces, la situación no ha cambiado. La guerrilla sigue matando, especialmente a los civiles. No hay quien pueda, hoy en día, dar una protección absoluta a los representantes de la OSCE, tal y como pide la propia Organización.

En cuanto a la retirada de la tropas rusas de Georgia y de Moldavia, al parecer, las críticas han sido menores, simplemente porque este proceso está en marcha. Así fue comprobado, hace unos días, por los inspectores franceses. Lo único que se le puede reprochar al Kremlin es la lentitud con la que se realiza. Algo que no extraña a quienes conocen un poco Rusia y sus graves problemas socio-económicos. Y es que el traslado de la tropa cuesta un dineral. Los militares y sus familias van a necesitar, por ejemplo, vivienda, lo que no abunda en Rusia. La vida a 30 grados bajo cero en tiendas de campaña que experimentaron los militares rusos retirados de Alemania Oriental es bastante incómoda.

Por último, también extraña el reproche a Moscú de imponer visados a los ciudadanos de Georgia para su entrada en Rusia. De sobra se conoce que el régimen del maquiavélico presidente, Eduard Shevarnadze, apoya abiertamente a los islamistas chechenos, deja pasar por su territorio caravanas con armas y mercenarios árabes, y ofrece asistencia médica y asilo a los que Rusia considera “terroristas”. El tema de los visados, surgido en Viena, nos parece hasta fariséico, ya que la misma UE pide visados de entrada tanto a los georgianos como a los rusos.

Por tanto, no parece nada constructiva la atmósfera de Viena, orquestada, al parecer, por Estados Unidos. ¿No será que de esta forma se expresa la preocupación por la conducta más independiente, nacionalista y europeísta del nuevo presidente ruso, Vladimir Putin, que prefiere su amistad con Blair y Aznar y no manifiesta mucha simpatía ni miedo por el “tío Sam”?

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