La Unión Popular-Patriótica de Rusia (UPPR), el equivalente a Izquierda Unida en España, se ha reunido estos días en un hotel de lujo en las afueras de Moscú para celebrar su tercer congreso. El propósito ha sido trazar sus planes para el futuro y buscar un espacio político en la Rusia post-yeltsinista. Y es que la llegada al poder del “camarada” ex-teniente coronel del KGB ha mezclado todas las cartas de los comunistas. Putin les ha robado sus ases: su imagen de patriotas nostálgicos del gran pasado soviético. Todo estaba en su sitio en los tiempos del antiguo presidente, Boris Yeltsin, “traidor alcohólico y agente del imperialismo”, tal y como le llamaba el PC. Los comunistas tenían un enemigo declarado. Se consideraban defensores del “pueblo oprimido” y la única oposición verdadera al régimen. Obtenían votos en las elecciones y escaños en el parlamento recordándole al pueblo que antes, en el imperio soviético, “se vivía mejor”.¿Y qué son ahora, cuando el mismo presidente es un nostálgico del poderío soviético y hasta reestablece el viejo himno y la bandera roja para el Ejército? Es una pregunta difícil de contestar. Por una parte, los comunistas no pueden, así de repente, ponerse al lado de Putin; la razón es que él todavía se llama oficialmente “demócrata” y no quiere que le acusen de “rojo”. Por otra, no tienen capacidad de ofrecer ninguna alternativa al programa presidencial: están hartos de ser opositores. Todo esto es evidente para cualquiera que lea las resoluciones del congreso de la UPPR, a pesar de que en el informe de su presidente, el comunista Guennadi Ziugánov, haya criticas a la “ineficacia” del poder. Los comunistas ofrecen un programa que prácticamente coincide con el del mismísimo Putin. Apoyan la economía de mercado y la coexistencia de diferentes tipos de propiedad, tanto pública como privada. Dicen que el Estado debe controlar los sectores estratégicos y servir de “locomotora” para la economía nacional. Son los mismos términos y los mismos conceptos. Lo único original que puede ofrecer, en estas circunstancias, la oposición comunista es a su gente para que participe en el Gobierno y se homologue con el poder de Putin de forma definitiva. Si el presidente no lo acepta y no deja de “jugar” con los “liberales prooccidentales”, los comunistas le quitarán la bandera patriótica. Este fue el mensaje del congreso a Putin. El anterior y, quizás, más importante mensaje fue la creación del movimiento “Rusia” encabezado por el número dos del PC, Guennadi Selezniov, que es también presidente de la Duma (cámara baja del Parlamento). “Rusia” se presenta como más moderada y más social-demócrata que otras “sucursales” comunistas. Es un cierto cebo que el PC, deseoso del poder, ofrece a Putin para que se lo trague sin ser acusado de favorecer a los comunistas.Al parecer, el mandatario toma en serio esta “oferta”. Por lo menos, así piensa el director del Centro moscovita para Investigaciones Políticas, Serguey Márkov. En una serie de artículos publicados en el diario Strana.Ru, muy próximo al Kremlin, el doctor Márkov opina que Putin tiene una “oposición ideal”. Es más, el poder está interesado en tener este tipo de oposición, especialmente por que sus líderes pertenecen a la vieja escuela de la “nomenclatura” soviética, de la que salieron el mismo Putin y su equipo. No son peligrosos, están dispuestos a colaborar y su papel en el sistema global es monopolizar toda la izquierda para que no aparezca ningún grupo más radical y dañino para el poder. En cuanto al movimiento “Rusia”, su reciente aparición fue aplaudida por el propio Putin, quien envió a sus emisarios para participar en su congreso inaugural. El presidente se tragó el cebo. Y no pasó nada. Total, los comunistas, los más ortodoxos y los que se presentan como social demócratas, son miembros, junto con el presidente Putin, de un partido único y muy de moda hoy en día en Rusia: el de los nostálgicos del gran imperio soviético.