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Víctor Cheretski

La fiesta de la xenofobia

Rusia acaba de celebrar el Día del Paracaidista, una de las muchas fiestas castrenses que conmemora el país desde la época comunista. El propósito de estas fiestas siempre ha sido "fomentar el espíritu patriótico de la juventud, defensora de la patria". Los últimos dos años, tras la llegada al poder del presidente, Vladímir Putin, los festejos del Día del Paracaidista se convierten en los pogrom de los "morenos" o sea, caucasianos, especialmente, chechenos.

Esta vez, como es de costumbre, miles de reservistas de 20 a 35 años, con sus boinas azules y camisetas a rayas blancas y azules, salieron a las calles de Moscú y de otras ciudades. Se concentraron en los parques y zonas verdes, en especial en el centro de las ciudades. Tras tomarse litros de vodka mezclada con cerveza para obtener una reacción rápida, se dispersaron en grupos de entre 5 y 10 personas por las calles en busca de sus víctimas: los caucasianos que, por supuesto, tienen la culpa de todos los males que hay en la Madre Rusia. Muchos iban armados con palos y cuchillos.

En la capital, el objetivo de ataque fueron los mercados de comestibles, donde venden sus productos muchos caucasianos, especialmente azeríes. Los miembros de la diáspora chechena en Moscú, este día, no salieron de sus casas ya que conocen la costumbre. No hay ninguna estadística oficial sobre los resultados de los pogrom en los mercados, aunque se sabe que los hospitales capitalinos han acogido a centenares de heridos.

En la ciudad siberiana de Irkutsk se produjo un "error". Los paracaidistas atacaron y apalearon brutalmente al peruano Humberto Silva, hijo del fundador del partido social-demócrata de aquel país. Lo tomaron por un checheno. Fue hospitalizado inconciente.

Pero lo más curioso de todo esto es la actitud de las fuerzas del orden. La policía bloqueó, por la mañana, los lugares de reunión de los reservistas para que nadie les molestara al festejar su Día. Pero luego, cuando éstos se dirigieron en busca de sus víctimas, la policía desapareció de las calles para que los "jóvenes patriotas" pudieran completarla con el derrame de la sangre de los "morenos".

Es curiosa también la actitud de la prensa rusa frente a estos acontecimientos. El mismo Día del Paracaidista aparecieron múltiples elogios a estos "héroes y fieles defensores de la patria, vencedores de los terroristas chechenos". Han sufrido mucho, han pasado calamidades por culpa de "ciertas minorías étnicas". La patria está tan agradecida a estos jóvenes que está dispuesta a cerrar los ojos ante sus "travesuras", decían los comentarios oficialistas.

Al contrario, el periódico de la oposición liberal Grani ve en la actitud de las autoridades hacia los reservistas una política muy clara y premeditada. El régimen necesita tener una especie de "camada negra" en el país, una fuerza bruta y ciega, dispuesta a cumplir cualquier orden. Por eso hay que permitir que "se divierta", de vez en cuando, tal y como le apetece. Tampoco las autoridades "ven nada malo" en los pogrom de las minorías, señala Grani. Al fin y al cabo, hay que mostrarles su sitio en la sociedad rusa que ya no es comunista, ni internacionalista proletaria, sino nacionalista y xenófoba.

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