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Víctor Cheretski

Lenin + Putin

Rusia, por fin, tiene sus símbolos nacionales. Tras diez años de polémica interna ha recuperado su himno soviético. Ha sacado también de la naftalina sus dos estandartes: uno tricolor imperial zarista, para los civiles, y la bandera roja imperial soviética, para los militares. Al aprobar de forma unánime estos símbolos del pasado, los miembros de la cámara alta del parlamento ruso, se levantaron y, con lágrimas en los ojos, interpretaron el himno. Entusiasmados, lo cantaban con sus viejas palabras aunque un poco reformadas. Y es que el antiguo himno elogiaba a Lenin y a Stalin, mientras que en la versión de los diputados figuraban Lenin y ¡Putin!.

No se trata de ninguna broma. Y no es nada casual. Los símbolos de los antiguos regímenes totalitarios recién resuscitados reflejan plenamente, y con toda su evidencia, el contenido del actual poder en Rusia, representado por el presidente Putin. Lamento decepcionar a nuestros políticos y analistas que, a lo largo de la última década, se felicitaban eufóricos por la “caída histórica de un régimen dictatorial y la transición democrática de Rusia”.

La verdad es que Rusia no cambia. La fachada comunista ha sido repintada, pero el contenido autoritario, imperialista, burocrático y antidemocrático ni siquiera se ha tocado. Eso sí, aprovechando la debilidad del poder que se debía más al alcoholismo de Yeltsin que a su voluntad, los rusos han obtenido una licencia provisional para moverse con cierta libertad. Ahora, con el nuevo presidente, esta licencia se retira y todo regresa a su círculo habitual. El proceso se realiza poco a poco, especialmente para no asustar al ingenuo Occidente en espera de sus ayudas financieras.

Y es que la libertad nunca ha sido un derecho del sufrido pueblo ruso. Como mucho, un favor provisional por parte del Estado que lo otorgaba o lo retiraba conforme a sus propios intereses.

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