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Víctor Cheretski

Los escuadrones de la muerte

Al parecer, los “escuadrones de la muerte” son un atributo obligatorio de cualquier dictadura, y no sólo en América Latina. Según el periódico ruso “Narodnaya Volia”, un cuerpo paramilitar muy parecido fue creado en Bielorrusia en 1996 por orden del presidente, Alexánder Lukashenko. Desde entonces, unas 30 personas entre mafiosos y empresarios dudosos, pero también políticos y periodistas de la oposición han desaparecido sin que nadie se enterara de su destino.

No obstante, dos antiguos funcionarios de la fiscalía bielorrusa, Dmitri Petrushkevish y Oleg Sluchek, entregaron recientemente a la prensa unos materiales de sus investigaciones en los que acusan a altos responsables de la república, e incluso a su presidente, de estar detrás de estos múltiples asesinatos. Según sus testimonios, el comando de 10 asesinos fue creado por el ministro del Interior, Yuri Sivakov, y el secretario de Estado, Víctor Sheiman. Todos los miembros del comando eran oficiales del destacamento de elite “Almaz”, destinado a cumplir misiones especiales. El coronel Dmitri Pavliuchenko fue nombrado su jefe.

Las primeras víctimas fueron los conocidos y muy peligrosos mafiosos bielorrusos Schavlik y Mamontionok, así como sus lugartenientes, en total 11 personas. Nadie lamentó su desaparición. Sus cadáveres nunca han sido encontrados. Pero, al parecer, la liquidación de delincuentes fue sólo el comienzo, un entrenamiento para las actividades posteriores. Así, en los últimos tres años, en Bielorrusia desaparecieron varios destacados políticos, entre ellos Zajárenko o Gonchar, líderes de la oposición democrática, y también el conocido hombre de negocios, Krasovski.

El colmo ha sido el asesinato del periodista Dmitri Zavadski, antiguo cámara de TV personal del presidente Lukashenko. Su “delito” consistía en que abandonó al presidente para trabajar con una cadena de televisión rusa crítica con el régimen bielorruso.

El año pasado, la fiscalía logró detener a varios miembros del comando que se dedicaban, al parecer, en su tiempo libre, al robo y extorsión de empresarios. Incluso fue detenido el jefe del grupo pero fue puesto inmediatamente en libertad. Días después, el presidente destituyó al fiscal general que había ordenado la investigación del caso. El nuevo la congeló.

Mientras tanto, la prensa logró enterarse de ciertos detalles de los asesinatos. Por ejemplo, los cadáveres se enterraban en el cementerio “Sévernoye” en las afueras de la ciudad de Minsk, capital de la república. Las víctimas siempre eran ejecutadas con un tiro en la nuca y además con la misma pistola con la que se ejecutaba a los condenados a muerte por los tribunales. Esta pistola la “prestaban” al comando en el ministerio del Interior.

Es de señalar también que varios jóvenes miembros de la fiscalía que investigaban el caso murieron recientemente de “ataque al corazón”, aunque nunca antes habían padecido enfermedades cardiacas.

Es curiosa la naturaleza humana. Seguimos con toda nuestra atención e indignación las peripecias de un tal Vladimiro Montesinos. Pero sus desmanes parecen una inocentada comparado con lo que pasa inadvertido en ciertos países mucho más cercanos y en nuestro propio continente, considerado “civilizado”.

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