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Víctor Cheretski

Putin: dos años de mandato

Han pasado dos años desde que un hombre desconocido, tanto en su propio país como en el exterior, asumiera el poder en Rusia. A Vladímir Putin, antiguo agente secreto de poca monta, le recibimos con muchas reservas, sabiendo que su nombramiento como candidato oficial a la presidencia se debía únicamente a su lealtad al antiguo régimen de Yeltsin, al “zar Boris”, enfermo y alcoholizado. La principal tarea del novato —según la corrupta camarilla yeltsiniana llamada “familia”— consistía en “cubrir la retirada” de ésta para que el pueblo ruso no le demandara por el robo de las arcas del Estado. Y Putin no ha defraudado a sus protectores. La “familia” y el propio Yeltsin están, por el momento, sanos y salvos, disfrutando del botín.

Pero sería injusto hablar sólo de esta parte más oscura de las actividades de Putin en los dos años de su mandato. Su principal mérito, según la mayoría de analistas rusos, ha sido el restablecimiento del poder estatal en aquel inmenso país. Era preciso, porque los caciques locales, deseosos del poder absoluto en sus provincias, estaban a punto de “desmantelar” Rusia aprovechando la impotencia mental de Yeltsin. La aparición de unos 10-20 estados, cada uno con armas nucleares, fue una amenaza real. Putin, con su mirada de hierro y con la mano del mismo metal, puso fin a las aspiraciones de estos mafiosos.

Lo mismo hizo con los llamados “oligarcas” del círculo de Yeltsin, unos criminales vampiros que chupaban sin piedad los recursos del país, dejando al pueblo en una miseria absoluta. Al mismo tiempo y en el marco de su programa de restablecer el tradicional Estado ruso, centralizado y fuerte, aumentó los gastos militares e introdujo en los puestos claves de la administración a personas de su confianza, en su mayoría ex-oficiales de los servicios secretos.

Las estadísticas oficiales señalan que Putin goza del apoyo del 75% de los rusos. Y no es sólo por haber aumentado los salarios a los funcionarios públicos y las pensiones a los jubilados. Para la mayoría de los rusos es el símbolo de la resurrección de su país, de la grandeza de Rusia, perdida en los años anteriores. Y eso que la situación socio-económica en Rusia sigue siendo precaria. La crisis, por el momento, no está nada superada, mientras un enorme aparato burocrático y las leyes estalinianas frenan cualquier iniciativa privada.

Y si hablamos de éxitos de la política de Putin, debemos también mencionar sus actividades diplomáticas. Han sido casi perfectas. Bush le admira, Blair es su amigo. ¡Y hay que ver la sonrisa de Aznar cuando se entrevista con el inquilino del Kremlin! La postura de Moscú en el reciente conflicto afgano ha sido ejemplar. Rusia no sólo no se opuso a la operación antiterrorista sino que ha podido aprovechar al máximo sus resultados. Son ahora los rusos los principales suministradores del nuevo ejército afgano. Además, nadie les reprocha oficialmente los abusos en Chechenia, porque todo el mundo sabe que los chechenos son aliados de Ben Laden.

Por el momento, nadie conoce los principios políticos de Putin. Los comunistas rusos consideran que es su “camarada”. Los liberales se manifiestan satisfechos por sus declaraciones a favor del liberalismo económico, mientras los nacionalistas se frotan las manos al enterarse de su devoción por la iglesia ortodoxa y su deseo de construir nuevos buques de guerra.

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