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Víctor Cheretski

Rusia no ha cambiado tras el 11-S

Rusia no ha cambiado tras los atentados del 11 de septiembre. ¿Por qué iba a cambiar? ¿Quizás la Torres Gemelas se encontraban en Moscú y no en Nueva York? No obstante, la prensa nacional e internacional no para de publicar artículos sobre el presunto “cambio en la política rusa”. Se hizo, dicen los medios, más prooccidental, más pro-OTAN, más pro-Estados Unidos, etc. De esto se deduce, con mucho optimismo y sobre todo ingenuidad, que la política interior rusa también va por el camino de la democracia y el progreso.

Aún a riesgo de que nuestra opinión sea políticamente incorrecta, nos atrevemos a asegurar que lo único que ha cambiado últimamente es la actitud de Occidente hacia Rusia y no al revés. Ha sido Occidente quien se ha olvidado de que hace sólo un año y medio pretendía echar a Rusia del Parlamento Europeo por la guerra en Chechenia y la violación masiva de los derechos humanos. Por el mismo motivo fueron congeladas las relaciones con Moscú en el marco de la OTAN. Se ha olvidado de las mordazas que ha puesto el Kremlin, tras la llegada del presidente Putin, a la prensa independiente. Olvidan sus tendencias militaristas, su empeño en restablecer el imperio y el suministro de armas a los países que apoyan el terrorismo. Todo ha sido borrado de la memoria y Occidente ha abierto ahora las puertas de la OTAN a Rusia, que sería tonta por no aprovechar esta ocasión.

No hay que ser ningún gran analista para comprender que el cambio en la política de Occidente se debe al apoyo que presta Moscú a la coalición antiterrorista y al deseo de tener a Rusia entre los aliados en la lucha contra el mal universal. Pero este apoyo no significa ningún viraje en la política rusa. El Kremlin empezó a odiar al régimen talibán mucho antes que Occidente, especialmente por el apoyo a los independentistas chechenos y a los constantes ataques en la frontera con Tayikistán, aliado de Moscú.

Además, no hay nada nuevo ni original en la actual postura de Rusia. Y es que este país, a lo largo de su historia, siempre ha ocupado en el mundo el lugar que le ha parecido más provechoso para sus intereses. Así fue por ejemplo en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando el padre Stalin, a pesar de sus simpatías personales con Hitler, se puso al lado de la coalición anti-nazi.

Reiteramos: Rusia no ha cambiado y mucho menos en su política interior. Mientras la prensa occidental escribe sobre las grandes perspectivas para el desarrollo democrático que se abren en Rusia basándose en la demagogia oficial kremliniana, presenciamos hechos completamente distintos. Siguen las violaciones de los derechos humanos en Chechenia, sigue el terror policial, el ataque contra la prensa, la corrupción, las mafias y el acoso a los políticos y empresarios disidentes.

También sigue la concentración de poder en manos del presidente: con el propósito de sentirse cada vez más seguro en su despacho, Putin acaba de cambiar al presidente de la Cámara Alta de su Parlamento. Eligió a un tal Serguey Mirónov, completamente desconocido en el país, pero un fiel seguidor y paisano del mandatario. En un fervor de lealtad a su amo, el nuevo líder parlamentario declaró en su primera intervención pública que el único problema de Rusia –país donde la gente muere de desnutrición y por falta de medicinas– es el corto mandato presidencial, de tan sólo 4 años. Hay que aumentarlo considerablemente o hacerlo vitalicio, dijo este “demócrata” putiniense.

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