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Víctor Cheretski

Un error estratégico

Es explicable el deseo de Occidente de apoyar al régimen paquistaní a pesar de ser una dictadura feroz y poco democrática. Total, nunca ha sido abiertamente antioccidental. Además, los que intentan derrotar al gobierno de Pervez Musharraf desde dentro son aún peores: integristas islámicos, partidarios de los talibanes y admiradores de Ben Laden. El factor nuclear también obliga a favorecer la estabilidad de Islamabad. De no ser así, la bomba caerá en manos de quienes no se lo pensarán dos veces en utilizarla en su “yihad” (guerra santa) contra la civilización mundial.

Lo que no comprendemos es la obsesión de ciertos políticos occidentales de discutir en Paquistán, con el presidente Musharraf, el futuro de Afganistán. Y, sobre todo, no entendemos la gran publicidad que dan los medios internacionales a este asunto. Tras Colin Powell es ahora Gerhard Schroeder quien lleva este tipo de conversaciones. Nos preguntamos, ¿para qué? Es cierto que Paquistán sirvió de base para la guerrilla que luchó contra el régimen prosoviético en Afganistán. Es también cierto y verdad que el régimen de Islamabad, en un intento de controlar Afganistán, engendró el horror de los talibanes. Pero, es obvio que los paquistaníes no han conseguido su propósito, ni lo harán nunca, simplemente porque controlar Afganistán desde fuera es imposible.

Mientras tanto, Paquistán es el enemigo mortal de la Alianza del Norte, por el momento, el único potencial aliado con quien puede contar la coalición antiterrorista en suelo afgano. Hay que conocer un poco a los afganos, orgullosos e independientes, para comprender que todos los intentos de resolver su futuro a sus espaldas les parece peor que una bofetada. Los nordistas no son ninguna excepción. Por cierto, con tantos viajes a la zona, a ningún político occidental se le ha ocurido reunirse con Rabbani, el legítimo presidente del país y líder de la Alianza.

Es de recordar que los nordistas rechazaron en términos muy duros los resultados de las conversaciones Powell-Musharraf, de las que salió la utopía de formar un gobierno con unos supuestos “talibanes moderados”. Utopía, simplemente, porque estos últimos no existen y todos los rumores de que en el seno de los talibanes hay una ala no-extremista resultaron ser mentira. No obstante, las gestiones en Islamabad han motivado una reacción muy especial de la Alianza de Norte: pese a lo que digan, que no es más que propaganda, no se mueve ni un metro en el frente con los talibanes ante las dudas sobre el futuro gobierno.

Al mismo tiempo, los nordistas aumentan su capacidad bélica estrechando las relaciones con los llamados “hermanos mayores”. Así, con respeto y cariño, los antiguos jefes de los moyahidines llaman a los rusos, contra quienes estuvieron en guerra durante 10 años. Estos, que tienen sus propios intereses en la zona, les mandan tanques, anticuados pero muy eficaces en el difícil relieve afgano. En cuanto a los moyahidines del Norte que han luchado más de 20 años, no les importará hacerlo otros 50, sea contra quien sea. Lo declaran abiertamente.

Se puede decidir el futuro de Afganistán con Musharraf o con el presidente N´Guesso del Congo Brazzaville. Se puede formar un gobierno prooccidental y propaquistaní presidido por un anciano rey traído en silla de ruedas desde Italia. Se puede hacer cualquier cosa, pero lo que no se puede conseguir con una política torpe es la paz en aquel país. Y, por supuesto, así tampoco se impedirá que sea un nido del terrorismo internacional.

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