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Victor D. Hanson

Terroristas y tiranos

no hace mucho tiempo atrás, desde Bill Clinton a George Bush, senadores, directores de la CIA y fiscales federales; todos estaban de acuerdo en que Sadam había ayudado a Al Qaeda, esa organización que asesinó a 3.000 americanos

A medida que aumentan las bajas americanas en Irak, los políticos en Estados Unidos se pelean por quién dijo qué y cuándo sobre las armas de destrucción masiva, así como sobre la necesidad de ir a la guerra. Una de las acusaciones más frecuentes es que el presidente George Bush exageró la inexistente relación entre Sadam Hussein y Al Qaeda y, como resultado, desviamos nuestros esfuerzos para acabar con los verdaderos terroristas y empezamos una nueva y costosa guerra para reemplazar a un dictador laico.
 
Esta acusación es falsa por muchos motivos e ilógica aún por muchas más razones.
 
Casi todos los organismos responsables dentro del gobierno americano habían advertido durante mucho tiempo acerca de las conexiones entre Sadam y los terroristas de Al Qaeda. En 1988, por ejemplo, cuando el Departamento de Justicia de Clinton procesó a Bin Laden, la orden judicial decía: "Además, Al Qaeda llegó a un acuerdo con el gobierno de Irak para evitar obstaculizar el trabajo de ese gobierno y que Al Qaeda cooperaría con el gobierno de Irak en proyectos especiales, específicamente los que incluyesen el desarrollo de armas".
 
Luego, en Octubre de 2005, George Tenet –el director de la CIA designado por Clinton– advirtió al Senado en términos similares: "Tenemos información fidedigna de que hay contactos de alto nivel entre Irak y Al Qaeda desde hace una década".
 
77 senadores estuvieron de acuerdo –incluyendo una mayoría de demócratas– y citaron ese nexo unos días después como motivo para ir a la guerra contra Sadam: "... En tanto, se sabe que miembros de Al Qaeda, organización responsable de los ataques contra Estados Unidos, sus ciudadanos e intereses, incluyendo los ataques que ocurrieron el 11 de Septiembre de 2001, están en Irak".
 
El consenso sobre esta alianza no se basaba en intrigas, sino en rumores sin confirmar sobre encuentros entre agentes de inteligencia de Sadam y operativos de Al Qaeda, como, por ejemplo, uno de los secuestradores del 11-S, Mohamed Atta.
 
Ni los senadores, ni el Presidente declararon nunca que Sadam planificase personalmente los ataques del 11-S. Más bien, el Departamento de Justicia, el Senado y dos administraciones diferentes estaban preocupados por grupos terroristas como Ansar Al Islam, un afiliado de Al Qaeda que estableció bases en el Kurdistán iraquí.
 
Y aún mucho más importante, uno de los cerebros del ataque de 1993 al World Trade Center, Abdul Rahman Yasin, voló a Bagdad para encontrar refugio con Sadam después del ataque. Y al poco tiempo de la exitosa guerra americana contra los talibanes, se cuenta que Abu Musab Zarqaui, el actual líder asesino de Al Qaeda en Irak, escapó de Afganistán para encontrar alivio bajo la protección de Sadam.
 
Todo esto es muy comprensible ya que Sadam tiene una larga historia de alentar y proteger a terroristas antioccidentales. Por eso, Abu Nidal y Abu Abbas, plagas terroristas de los años 70 y 80, estaban en Bagdad antes de la invasión, y por eso las familias de los terroristas suicidas de Cisjordania recibían 25.000 dólares como recompensa de manos del gobierno iraquí.
 
A Sadam le importaba poco lo que esos grupos terroristas tuvieran en su agenda, sólo le importaba que compartiesen su odio generalizado contra los gobiernos occidentales. Este tipo de apoyo, proveniente de líderes como Sadam, ha demostrado ser crucial para los esfuerzos radicales y violentos de los islamistas.
 
Después del 11-S, quedó claro que esos enemigos sólo podían recurrir al terrorismo para debilitar la firmeza americana y lograr concesiones; ni siquiera lo pueden hacer solos, necesitan la ayuda clandestina de gobiernos ilegítimos (desde el de Sadam, hasta otros como los talibanes en Afganistán, la teocracia de Irán o Bachar Assad en Siria) que les suministran dinero y refugio al tiempo que niegan su culpabilidad.
 
Los terroristas y tiranos de Oriente Medio se nutren los unos de los otros. Los Sadams y Assads de la región –y en menor grado, la familia real saudí y la dinastía Mubarak– desviaron la rabia popular producida por sus propios fracasos hacia Estados Unidos, al permitir que los terroristas usaran a los americanos como cabeza de turco.
 
Sin embargo, durante un cuarto de siglo, por el petróleo, un declarado anticomunismo y estridentes promesas de "luchar contra el terror", esas dictaduras se ganaron unos cuantos aplazamientos por parte de Occidente; estaban aterrados de pensar que un día Estados Unidos despertase y se decidiese a hacer algo más que disparar algún misil de crucero contra los enemigos, mientras sermoneaba severamente a los "amigos".  
 
Ese día llegó después del 11-S. Para acabar con la vieja enfermedad, echamos a los talibanes y a Sadam Hussein, presionamos a los sirios para que se fueran del Líbano, alentamos la democracia libanesa, intimidamos a los egipcios para que hubiera elecciones, le dijimos a Muamar Gadafi de Libia que confesase todo acerca de sus planes nucleares, y arriesgamos las reservas de petróleo al presionar a las monarquías del Golfo para que se liberalizaran.
 
La teoría detrás de todos estos caóticos esfuerzos, a menudo caricaturizados, no era el deseo de una guerra sin fin –sólo expulsamos por la fuerza a dos de los peores regímenes, en Afganistán y en Irak– sino dar a la gente de Oriente Medio una tercera alternativa entre el radicalismo islámico y la dictadura secular. No es de extrañar que donde se llama a elecciones en Oriente Medio –Afganistán e Irak–, esos gobiernos legítimos tengan la autoridad moral y el deseo de luchar contra el terrorismo islámico.
 
Los americanos podemos echarnos la culpa todo lo que queramos sobre el coste en vidas y dinero en Irak. Pero lo irónico es que, no hace mucho tiempo atrás, desde Bill Clinton a George Bush, senadores, directores de la CIA y fiscales federales; todos estaban de acuerdo en que Sadam había ayudado a Al Qaeda, esa organización que asesinó a 3.000 americanos. Esa fue una de las muchas razones por las que fuimos a Irak, también por qué Zarqaui y los ex baazistas luchan hombro con hombro atacando a soldados americanos, así como por qué un gobierno iraquí elegido democráticamente está luchando a nuestro lado.  
 
©2005 Victor Davis Hanson
*Traducción por Miryam Lindberg

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