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Víctor Llano

Más coma y menos andante

A Castro le pareció que era demasiado larga la única carretera que podía llevarle hasta Bávaro. A pesar de gastar cientos de millones de dólares en su seguridad personal ha sido incapaz de vencer su paranoia. Los que fueron sus compañeros en Sierra Maestra saben de su miedo. Siempre era el primero en entrar en un agujero y el último en salir. Con los años, su cobardía lejos de disminuir ha aumentado. Ya no respira tranquilo fuera de la cárcel que con tanto éxito construyó.

Por segunda vez consecutiva, el coma-andante —cada día más coma y menos andante— renunció a asistir a un acto al que nunca debieron invitarle. Aunque quizás en esta ocasión no sea el miedo al tiranicidio lo único que le haya impedido ser la estrella de un espectáculo que su sola presencia convierte en grotesco. Al Máximo Líder le crecen los enanos y no tiene a nadie a quien dejarle la llave de la prisión. Le sobran los motivos para quedarse en su jaula. Entre otros muchos problemas ha de ocuparse de sus hijos, especialmente de Antonio que, según su ex novia, ha conseguido reunir 30.000 dólares traficando con visados españoles en La Habana.

El Tiranosaurio —siempre muy ocupado en torturar a los cubanos— ha descuidado la educación de sus retoños y quizás ya no le quede tiempo para remediar tantas ausencias. Sus vástagos le van a buscar la ruina. Alina le esperaba en Santo Domingo para recordarle sus crímenes, mientras que otro de los siete, Antonio, empata con una chica que huye a Estados Unidos y cuenta a quien quiera escucharle, que ella y Castro Soto se hicieron ricos sirviéndose de la miseria ajena.

No resulta difícil imaginar la cólera del robolucionario. Nunca le perdonará a Antoñito que dejara escapar a un testigo de cargo. Por mucho menos, él ha fusilado a unos cuantos. Castro Soto ha de estar seriamente preocupado. Haría bien en recuperar el amor de Dashiel y huir con ella muy lejos de la ira de su padre. Quizás lo consiga. Su papaíto ya no se atreve a salir de la prisión grande.

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