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Xavier Reyes Matheus

Los castúos y el miajón comunista

'Casta' –como 'oligarcas' o 'escuálidos' en Venezuela– no es propiamente un cartel: es una diana. Su función es marcar.

'Casta' –como 'oligarcas' o 'escuálidos' en Venezuela– no es propiamente un cartel: es una diana. Su función es marcar.

"La casta" es la patente del naming podemista que Pablo Iglesias quiere registrar. A pesar del sentido con el que la usa, de "grupo endogámico privilegiado", no se trata precisamente de una palabra odiosa del vocabulario español: por más que el rabo largo del galgo tenga las connotaciones con que cada quien lo aluda, en general casta denota una nobleza genética que, cierto es, hoy se entiende mejor aplicada a los toros que a las personas. En su obra reivindicativa del alma y del habla extremeñas, El miajón de los castúos (1921), el poeta Luis Chamizo caracterizaba a estos últimos como gente de fondo franco y entrañable bajo la rudeza de un carácter forjado en el sufrimiento:

Y tamién sus dirá que semos güenos,
que nuestra vida es güena
en la pas d'un viví lleno e trebajos
y al doló d'un viví lleno e miserias:
¡el miajón que llevamos los castúos
por bajo e la corteza!

Lo que deben representar los castúos de Iglesias es todo lo contrario: una entraña maligna y egoísta mimada por los placeres de la vida cortesana. Pero el objetivo no es que casta designe a los políticos corruptos, sino simplemente a los políticos, sea cual sea la conducta de cada uno. El referente semántico de la palabra queda al margen de cualquier juicio valorativo y está obligado a identificarse con ella de un modo inexorable. Si recogiéramos la alegoría garciamarquiana sobre el lenguaje y pensásemos en las palabras como etiquetas colgadas sobre las personas y las cosas, advertiríamos que casta –como oligarcas o escuálidos en Venezuela– no es propiamente un cartel: es una diana, pues su función no es interpretar a quienes designa, sino marcarlos para la eliminación.

Se responderá que, en cualquier caso, casta no debe entenderse como una categoría antropológica, sino profesional: no alude a personas neutras, sino a las enchufadas en el quehacer político. En consecuencia, el resto de los ciudadanos podría pensar que está a salvo de la letra escarlata, y es precisamente en razón de esa diferencia que se les invita a tomar las piedras para la lapidación de los marcados. Por otra parte, si ser casta consiste sólo en monopolizar un oficio, bastará con disputárselo a quienes lo hacen para que aquélla deje de existir. Pero no es así como ve el mundo la extrema izquierda, cuyas doctrinas son auténticas soteriologías: la lucha política no es para ella un espacio que dividirse, sino el abismo abierto entre los hombres por un Juicio Final en el que el papel del Justo Juez corresponde al socialismo. La diferencia es que, al negar la libertad de las personas, ese juicio ni siquiera tiene en cuenta las obras y acciones concretas, sino que atiende únicamente a la gracia derramada sobre la conciencia de clase. Ser bueno por ser socialista es una ecuación de Perogrullo; lo auténticamente relevante es que se es socialista porque se es bueno. Tal convicción arraigó tanto en esa posmodernidad de la que se engendró el socialismo del siglo XXI que éste no ha tenido siquiera la necesidad de presentarse como una ideología, porque es, sin más, la aglomeración asamblearia de los buenos. De la misma forma que los malos son todos los demás.

Gracias a esto, Pablo Iglesias, salido del rebaño de los justos, no es casta ni lo podrá llegar a ser nunca. Por la misma razón por la que el Gobierno de Venezuela, que controla todas las instituciones, que ha dispuesto a su antojo del inmenso poder económico del petróleo, y que se guarda tras las ametralladoras de la Fuerza Armada, las porras de la policía y los revólveres de las cuadrillas paramilitares, es sin embargo la parte desvalida en el conflicto que lo enfrenta a las temibles "oligarquías golpistas". Éstas son la casta venezolana; no los jerarcas revolucionarios que tienen en la gorra roja una patente de corso para extorsionar, insultar, expropiar o moler a palos a sus adversarios. Qué se va a hacer: el miajón de un comunista es bueno y santo por naturaleza.

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