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Xavier Reyes Matheus

Los ciudadanos, solos

Será necesario que la comunidad internacional aísle a un régimen que es una amenaza para la estabilidad y la seguridad de América Latina y del resto del mundo.

Será necesario que la comunidad internacional aísle a un régimen que es una amenaza para la estabilidad y la seguridad de América Latina y del resto del mundo.
Cordon Press

La Constituyente de Maduro, concebida para "profundizar en la revolución bolivariana", suponía la consagración formal del Estado totalitario; pero preocuparse los venezolanos, a estas alturas, por la llegada del totalitarismo sería como si los fantasmas le tuviesen miedo a la muerte. Evidentemente, el régimen chavista no necesitaba de una nueva Constitución para hacer lo que le diera la real gana. La propiedad privada no tuvo que ser abolida para que Chávez fuera por la calle gritando "¡Exprópiese!"; la libertad de expresión seguía figurando en las leyes mientras el Gobierno cerraba los medios y arremetía contra los periodistas; la independencia del Poder Judicial estaba negro sobre blanco mientras los esbirros del Tribunal Supremo actuaban al dictado de Maduro para suprimir el Congreso o para reponerlo a conveniencia; y la vida y la integridad de los ciudadanos resplandecen como dogmas legales mientras los cuerpos regulares y paramilitares al servicio del chavismo disparan a quemarropa contra las manifestaciones: ayer, en medio de la hermosa jornada electoral por la Constituyente, la lista de muertos sumó otra docena a los más de ciento veinte que han caído desde el comienzo de las protestas.

Lo que acabe pariendo la Constituyente no será ni más ni menos monstruoso que la realidad que ya existe en Venezuela, aunque suponga un despliegue sofístico de esos que le gustan a Podemos, según el patchwork terminológico que mezcla al Che Guevara con Carl Schmitt, y a ambos con el Canto General de Neruda, con Lacan y con la musa desbocada de Ricardo Arjona. Pero la Constituyente, tal y como sucedió en 1998, llega con vocación plenipotenciaria porque se dice que representa el Poder Originario, esa apropiación populista del argumento acuñado por los teólogos medievales para llegar a la demostración de la causa incausada. Ahora bien: ayer, en medio de la farsa electoral, los chavistas ya no se molestaban siquiera en invocar aquel primer principio creador con el que se identifica al pueblo, y que se supone que se posa en forma de lenguas de fuego sobre la cabeza de los constituyentes, haciéndolos hablar en nombre de su Espíritu paráclito. Qué va: ayer ya jaleaban de tal modo la omnipotencia de Maduro, que no tenían el menor pudor en dejar claro que el tal poder es Originario… de Cuba. Y que, con ser tan grande, capaz de hacer surgir el Edén venezolano de entre el caos capitalista; y de separar con un gesto la tierra de las aguas del Orinoco; y de formar nuevos venezolanos a partir del fango que hoy lo inunda todo; y de proclamar que pueden coger con la mano cuantos frutos y riquezas les apetezcan del Paraíso, por más que el régimen haya arruinado la economía y la producción; con tener la Constituyente, digo, una potencia cosmogónica de tal alcance, total es que su función va a consistir, básicamente, en ejecutar una tarea doméstica: la de barrer del Palacio Legislativo a los miembros de la Asamblea Nacional.

Tan democrático espectáculo estará a disposición de los televidentes en pocos días. Diosdado Cabello entrará en triunfo al hemiciclo y lo llenará, como ha prometido, del retrato del Bolívar medio mulato que Chávez se inventó. Por supuesto, los diputados derrocados llamarán al pueblo a movilizarse y a defender la Asamblea, y sí: se formará una trifulca considerable, el régimen sacará sus matones a la calle, y seguirá creciendo el número de víctimas. Pero ni la gente que sale desarmada a marchar ni los jóvenes que luchan contra las tanquetas con palos y piedras tienen la fuerza necesaria para parar a sus verdugos. Más bien, esta población civil que en diciembre de 2015 eligió un Congreso de oposición esperaba que, conquistado heroicamente uno de los poderes del Estado, esos líderes supieran sacar adelante la iniciativa política para destituir a Maduro y formar un Gobierno de salvación nacional, destinado a dar un golpe de timón decisivo al país. En abril de 2002, Chávez fue depuesto con motivos sobrados, pues sus lacayos recibieron a tiros una manifestación pacífica y se cobraron las vidas de varios ciudadanos. Pero el Gobierno que se improvisó entonces, constituido por personas ajenas a las instituciones democráticas, fue cuestionado por su falta de legitimidad. Por el contrario, la Asamblea Nacional elegida en 2015 gozaba de una legitimidad incontestable, pero insistió en comportarse como una simple plataforma ciudadana o grupo de presión, juramentando en medio de una plaza a un Tribunal Supremo de oposición, y convocando un plebiscito de utilería para opinar sobre una Constituyente de cuya naturaleza tramposa y totalitaria no cabía dudar. Un plebiscito tan poco vinculante y eficaz que, aun con siete millones de votos en contra, henos aquí la Constituyente instalada.

Por supuesto, la efímera vida de esta Asamblea, hoy desbancada, se desarrolló bajo el marcaje implacable de un régimen que no respeta nada y que no tuvo empacho en mandar a sus pistoleros a moler a palos a los diputados en la propia sede del Parlamento. El hecho, por fas o por nefás, es que ahora los ciudadanos no cuentan con ninguna institución que los represente. La lucha seguirá en las calles, sin duda, porque la resignación costará mucho frente a una calidad de vida tan pavorosamente mermada. También será necesario que la comunidad internacional aísle a un régimen que no sólo exhibe orgulloso sus fueros dictatoriales, sino que es una amenaza para la estabilidad y la seguridad de América Latina y del resto del mundo. Pero la recuperación de la democracia en Venezuela no puede confiarse sólo a una estrategia reactiva, concentrada en esquivar los palos y los balazos chavistas. Tiene que haber un proyecto de país, enfocado con planteamientos concretos a la recuperación de la institucionalidad, a garantizar el orden público y a implementar medidas urgentes contra el hambre y la escasez. Ahora será más difícil trazar y defender este proyecto desde la clandestinidad, pero hay ejemplos inspiradores de líderes que lo han logrado, en condiciones muy adversas. Ojalá sirvan de modelo para la resistencia en Venezuela.

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