Menú
Zoé Valdés

Fútbol, ¡bah!

Algo marcha mal en el fútbol, no sé si será su política o sus supervaloraciones rayanas en la demencia de una sociedad que sólo se solaza en la simpleza.

Hubo una época en que me gustó el futbol, ya no. Mis jugadores: Edson Arantes do Nascimento, más conocido como Pelé, y Michel Platini. La grandeza del brasileño y la elegancia del francés crearon leyenda. Ambos deportistas de incontestable elegancia, cuando todavía se podía hablar de elegancia en el deporte, jamás defraudaron a su público. Ambos era dos bailarines, sin proponérselo, verdaderos ases del terreno que ofrecían además del espectáculo del deporte el gusto por la belleza, convirtiéndolo en una especie de desprendimiento artístico natural.

El futbol empezó a dejar de gustarme con Diego Armando Maradona: la tosquedad en dos patas. Maradona es al fútbol lo que el tecnicismo malabarista del ballet soviético es al delicado ballet ruso. Grotesco y para colmo engreído. El mal ejemplo empezó con él. Drogadicto y politiquero. Mal tipo. Pantomima a pulso al final de la historia, y de su carrera. Con perdón de los mimos.

Zinedine Zidane, más conocido como Zizou, casi me devuelve la fe en el deporte, hasta el día en que dio el cabezazo colosal a su adversario, fastidiándolo todo.

Antes ya había empezado el vedetismo en el deporte, sobre todo en el fútbol. Los jugadores se convirtieron en la marca de tal o cual producto y, como dice la horrenda canción, “se acabó el querer”, para que sobraran los miles de millones y la corrupción, de la que poco se habla.

Pude haber vuelto a creer con España campeona, pero ya estaba asqueada y cansada de los malos ejemplos del fútbol y de sus contratiempos, violencia, racismo y demás horrores que trae consigo.

La mala conducta de los supporters, el mal rollo que generan, el envilecimiento destructivo que provocan con sus manifestaciones alrededor de este deporte, sobre todo en Francia, dejan no solamente un gusto amargo, sino que además destruyen lo que verdaderamente debiera representar el deporte: armonía, unión, sencillez, ejemplaridad.

El lunes pasado, por la noche, después de que el equipo del Paris Saint-Germain ganara el campeonato de Francia, sus jugadores decidieron presentarse a festejar el acontecimiento en Trocadéro y en Champs-Elysées. Los verdaderos supporters se esfumaron, o fueron ahuyentados, quién lo sabe, para reaparecer bajo el signo de auténticas guerrillas urbanas, con ánimo de acabar con el ambiente festivo y de sembrar el terror. Digo "guerrillas urbanas", como iTéle, para no llamarlo por su verdadero nombre: la racaille (“la escoria”), como sólo se ha atrevido a hacerlo un medio de prensa. Porque, para colmo, hay que tratarlos con pinzas.

Permitir a esta gentuza que destruya el sueño de tantos seguidores jóvenes que aman el deporte y admiran a los deportistas es permitir que se destruya a diario un valor importantísimo de nuestra sociedad: el del derecho a soñar y a disfrutar. Pero lo primero que debemos empezar a considerar es que los deportistas dejen de ser simples jugadores manipulados por avariciosos apostadores y vuelvan a ser deportistas en toda regla, representados por conocedores y especialistas cuyo único fin no sea el enriquecimiento exclusivo.

En cuanto a los arrestos y condenas en tribunales a los protagonistas de estas guerrillas urbanas, me parecen excelentes, pero no creo que la respuesta conveniente deba de ser siempre a la defensiva cada vez que este tipo de fenómenos se produzca. Prevenirlo con ofensivas serias no vendría nada mal.

Algo marcha mal en el fútbol, no sé si será su política, sus millones, sus egos, sus supervaloraciones rayanas en la demencia de una sociedad que sólo se solaza en la simpleza. El fútbol, para colmo, se ha convertido en un móvil político, en un pretexto para destilar odio. Es la razón principal por la que lo detesto. ¿Un deporte pacífico? ¿El fútbol? ¡Bah!

En Deportes

    0
    comentarios