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Zoé Valdés

Juego macabro de las decapitaciones

¿Qué hacer, cómo terminar con esta pesadilla de una vez y por todas?

Cada día me convenzo más de que vivimos en un mundo horrendo, y que ese horror es indetenible. Tenemos ya a un segundo periodista decapitado en menos de dos semanas, se trata de Steven-Joel Sotloff, de 31 años, de sólo escribir la frase "tenemos ya a un segundo periodista decapitado" advierto la ligereza con la que se puede tratar el tema, y es que las palabras, en estos casos, son las primeras traicioneras.

El caso es que el horror real se ha convertido en una especie de serial killer, en el peor estilo de las series televisivas, que para colmo se divulga por internet. Internet al servicio del horror. No estamos ante Juego de Tronos y mucho menos frente al magistral relato titulado "Juego de las decapitaciones" de José Lezama Lima, estamos dándole el pecho al terror real, a diario, sin escape, sin manera ninguna de eludirlo.

¿Qué hacer, cómo terminar con esta pesadilla de una vez y por todas? Los expertos callan, no sabemos si porque saben demasiado y no desean que se sepa que ellos saben de más (prefiero esta versión), o si por el contrario ellos saben tanto como nosotros, o sea, muy poco o nada. ¿Por qué razón no vemos la solución a este conflicto a corto plazo? Porque le hemos dado demasiado tiempo, demasiada soga, y se la han tomado entera. ¿Hay marcha atrás? Lo dudo, francamente.

Para colmo, muchos de los que se enrolan en las filas del yihadismo y del Estado Islámico son ¡europeos! Gente joven, me dicen que sin futuro. No es cierto, en Europa hay futuro, pero sabemos, si algo no ignoramos es esto: que detrás de estos crímenes hay una forma fácil y rápida de enriquecimiento. De religión y Alá me vale verga; ante tanta ignominia no se me ocurre otra cosa que lo soez, que no quita lo caliente de la situación. A mí que no me hablen de religión ni de Alá, ni de las no sé cuántas vírgenes que los esperan en el paraíso ensangrentado islamista. Aquí lo que hay es dinero por medio, y mucho, tanto como sangre corre a diario por entre las patas de los camellos.

¿Cuánto tiempo más estaremos obligados a soportar? Es lo que desconocemos.

Hoy sólo se me ocurre pensar en las numerosas víctimas del islamismo radical, en los periodistas muertos, en sus vidas tronchadas, y en las madres de esos jóvenes que han muerto sin poder cumplir a cabalidad con su deber: el de la información. Como no sea que el hecho de ser decapitados empiece a ser tomado por nosotros como un nuevo tipo de información: de la del entretenimiento.

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