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Zoé Valdés

Y los sueños pesadillas son

Voy caminando por una de estas bellas calles del Marais, en París, y de súbito, al doblar una esquina, caigo en una calle derruida de La Habana Vieja. Es algo tan espantoso que hasta el mal olor del alcantarillado se hace presente y altera mi respiración

Anoche, por varios motivos seguramente, volví a soñar con Cuba, o sea, soñar es una gran palabra, quise decir que volví a tener pesadillas con Aquella Isla desgraciada. Siempre sueño lo mismo. En idéntico orden recurrente: voy caminando por una de estas bellas calles del Marais, en mi barrio, en París, y de súbito, al doblar una esquina, caigo en una calle derruida de La Habana Vieja. Es algo tan espantoso que hasta el mal olor del alcantarillado se hace presente y altera mi respiración, y empiezo a ahogarme y a tratar de salir de allí como sea.

Pero el "como sea" es lo que se convierte en algo todavía más abominable. Me doy cuenta de que sigo viviendo en aquel solar de "malheur" en el que vivía con mi abuela, madre, tía y primo, en un solo cuarto, sin baño y sin cocina. Mi cama es un catre de lona, tirada en él sudo a mares, estoy llena de sarpullido y comida por los mosquitos, que son como elefantes que revolotean a mil por hora. Mi madre enciende la cocina de luz brillante (kerosén) y me pongo peor, porque me ataca el asma. Mi abuela corre conmigo al policlínico, pero para el aparato o aerosol (uno solo para todo el barrio) hay que hacer una cola que le da la vuelta tres veces a la cuadra.

Por fin, al ver mi situación, una señora, de primera en la fila, me brinda su turno, ella también está ahogada, pero yo soy una niña, y en mi época de niña todavía quedaban esos rezagos del pasado de la buena educación. Ahora, si fuera una niña en la actualidad y me estuviera ahogando del asma, lo más probable es que la señora me hubiera puesto una almohada en la cara, para ahogarme más rápido.

Aliviada, regresamos a la casa, mamá ha cocinado un arroz pastoso y gris, y ha freídos huevos. Yo le he cogido tanto miedo a los huevos, de tanto comer huevos se me aparecen con unas garras gelatinosas y me estrangulan durante la madrugada. Más tarde los extrañaré, porque el comunismo también eliminaría los huevos.

En la pesadilla vuelvo a ser adulta. Advierto que me hallo en Cuba, pero que mi hija se ha quedado en Francia. Intento regresar a París, pero no me dejan salir de Aquella Isla de "malheur". Busco por todas las calles un cajero automático para sacar dinero, pero no existen, y mis cartas de crédito no funcionan. No hay pesadilla más grande que ésa en la que las cartas de crédito no funcionan. Sobre todo si te encuentras en un país que cambió su ideología marxista por un comunismo con tarjeta de crédito.

Ahora estoy sola, en Cuba, y mi madre, mi abuela y mi tía han muerto. No están para protegerme. Y mi primo es un pobre ciudadano cubano más, o sea, un muerto de hambre más, que es en lo que me reconvertiré yo si sigo encerrada aquí. Y claro, si protesto iré a la cárcel.

Lo peor de las pesadillas es tener conciencia de que uno no puede hablar, ni protestar, y que se verá obligado a callarse. Sobre todo si ya te has acostumbrado a vivir en Francia, donde todo el mundo protesta, y no cesan de hablar mierdas en contra de todo, si llueve porque llueve, si hace calor porque hace calor, si hace frío porque hace frío, y así "de suite"...

En medio de mi pesadilla, suena el teléfono. Por fin despierto y compruebo medio aletargada que me hallo a salvo.

Es mi hija desde un hotel en Venecia: "¡Mamá, qué horror me ha volado encima un saltamontes y luego una cucaracha!" Es la primera vez que mi hija se tropieza con un saltamontes y con una cucaracha. Para ella es como para mí toparme acabada de despertar con el presidente del Comité revolucionario del barrio y con la Jefa de Vigilancia. Puedo traducir la situación, todavía medio dormida, y entender su tremenda, sorpresiva, y desagradable aventura.

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