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A las pocas horas de que “El Mundo” publicase la noticia del asalto al despacho de Arriola y en cuanto pudo comprobarse que ni el afectado ni los interesados del Partido y del Gobierno eran capaces de dar una explicación racional y coherente del suceso y del contenido de los materiales robados, se puso en marcha la máquina de los rumores, mecanismo inseparable del oscurantismo informativo y la censura política. Como estaba claro que Arriola, el Aconsejado y sus Aconsejaditos querían ocultar todo lo referido a la sucesión, y en concreto los informes que presuntamente acompañaban a la macroencuesta sobre los tres favoritos (Rato, Rajoy, Mayor) y los cuatro colocados (Zaplana, Arenas, Acebes, Loyola de Palacio), los rumores sobre el contenido de los distintos “dossier” se fueron extendiendo a gusto del consumidor y a conveniencia de los interesados. Los partidarios de Mayor se hacían eco de supuestos datos comprometedores para Rato y Rajoy; los “ratistas” decían que lo peor estaba en los informes de Rajoy y Mayor; y los “marianistas” o “rajoyistas” dejaban entrever que todos salían mal, pero Rato y Mayor, los que peor. Mientras, alguno de los cuatro “colocados” indagaba en vano qué contaban sobre su vida, milagros y deslices los papeles de marras. El espectáculo era cualquier cosa menos edificante.

Pasados los primeros días de opacidad informativa, de inocuidad por parte de la Oposición y de obcecación por parte del Gobierno, los rumores que van abriéndose camino tienen tres direcciones claras: los que tratan de perjudicar a Rajoy se centran en aspectos de su vida privada; los que quieren hundir a Rato se centran en sus negocios y los de su familia; y los que van contra Mayor Oreja, que es el “bueno” de esta película sin “malos”, apuntan a Javier Arenas como el verdadero difusor de los rumores contra Rajoy y Rato, de forma que lo que Mayor se ahorra en suposiciones lo gasta en acusaciones. La bien ganada fama de traidores, enredadores, conspiradores implacables y gente sin escrúpulos que llevan a cuestas los democristianos, desde Alzaga y Tussellone hasta la fecha, hace el resto.

Naturalmente, lo que tiene morbo es entrar en la materia de esos rumores (siempre referidos al supuesto contenido de los papeles robados) y así sucede en cualquier tertulia medianamente politizada de cualquier rincón de España, empezando por la Villa y Corte, pero repetir ahora las especies más difundidas en los últimos días sería hacer el juego a quienes tal vez ni han participado en el robo ni estaban al tanto de los informes arriolescos, aunque ahora aprovechen la oscuridad ambiental para arrimar el ascua a su sardina. No vamos a hacerlo. Sin embargo, debemos hacer notar que una de las características del rumor es que a veces antecede a la noticia y a veces, sea verdadero o falso, la sustituye. Salvo que todos los protosucesores de Aznar sean una mezcla de Tiberio y Calígula, los más desvergonzados exponentes de la más desaforada corrupción económica y sexual, difícilmente estarán a la altura de los rumores que los crucifican. Pero todo lo que no sea conocer (y publicar) los papeles de Arriola supondrá que la máquina de producir rumores y de triturar imágenes públicas seguirá funcionando. Hasta el día, no lejano, en que un rumor cuaje de tal forma que el aludido tenga que salir a desmentirlo. Entonces será cuando el robo del despacho de Arriola y, sobre todo, el encargo de Aznar, alcanzarán a los ojos de la opinión pública su auténtica envergadura. Entonces será cuando este episodio revelará toda su indiscutible gravedad.

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