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Recientemente Richard Stallman, máximo gurú del movimiento del software libre, se ha dado un garbeo por nuestro país para dar algunas conferencias en universidades y casas robadas (perdón, okupadas). En el intervalo ha aprovechado para conceder una entrevista en La Vanguardia donde, no pudiendo ser más original, no se le ha ocurrido decir nada mejor que "la propiedad del software es un robo".

Es cierto que sobre el tema de la propiedad intelectual existe un interesante debate dentro de los mismos liberales. Autores como Stephan Kinsella han puesto en duda las razones éticas de la existencia de dicha propiedad y economistas como Julio H. Cole han puesto en duda la utilidad práctica de las patentes. Pero una cosa es el debate razonado y otra el exabrupto. Aún cuando algunos crean más razonable la eliminación de patentes y derechos de autor, eso dista mucho de considerarlos un robo. Al fin y al cabo, ¿a quién estoy robando por crear algo nuevo? Encima que aporto algo al mundo, me llaman ladrón. Lo que faltaba.

Stallman olvida el enorme campo de posibilidades de la computación en las que la obligatoriedad, por la que aboga, a que todo el software sea libre, impediría explotar. Ya es difícil crear un modelo de negocio rentable a partir de algo tan popular como el sistema operativo Linux, como muestra la reciente suspensión de pagos de la empresa francesa Mandrake. Pero si además se obliga a una empresa que, por ejemplo, crea un software muy específico y caro para pocos compradores potenciales (algo relativamente común), a crear sólo software libre seguramente no podría sobrevivir a la primera compra, pues los demás clientes copiarían el código sin más.

Tan sólo cabe desear que no prosiga imitando a Proudhon si, en un momento dado, pierde la batalla intelectual contra líderes bastante más pragmáticos como Torvalds, Raymond o Icaza, que apoyan la coexistencia pacífica entre software libre y propietario. Quién sabe si podría tener la ocurrencia de ir a quemarles la casa, como hizo el francés tras ser derrotado por Bastiat en un intercambio epistolar sobre la propiedad privada.

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