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Guillermo Rodríguez

Piratas de película

La semana pasada un amigo me invitó a su casa bajo la promesa de pasar una “velada de cine”. No es que la cena estuviera integrada por platos exquisitos, vinos que quitan el aliento y sabrosos postres. No. Se refería a que pasaríamos la noche viendo una película. Actividad que, desde mi punto de vista, es mucho menos suculenta.

En fin, que acudí a su domicilio sin saber el filme que engulliríamos a falta de platos mejores. Mi amigo puso el vídeo y, ¡oh sorpresa!, la película en cuestión era Última llamada, largometraje que ahora mismo ocupa los primeros puestos en el ranking de películas más vistas en las salas españolas.

“He tardado menos de 24 horas en bajármela de Internet”, reconoció mi ufano anfitrión. Lo más relevante no es sólo que se hubiera (nos hubiéramos) ahorrado los casi seis euros que cuesta una entrada, sino que la calidad de la copia era excelente. Sólo el sonido hacía recordar que se trataba de una versión pirata.

Por eso no me extrañó el siguiente comentario de mi amigo: “Ahora mismo estoy descargando Terminator 3, Femme Fatale y Piratas del Caribe”. Cualquiera puede echar un vistazo para comprobar que son películas de reciente estreno.

Al salir de su casa un certeza corroía mi cerebro: a medida que transcurren los meses, las técnicas para piratear una película se están perfeccionando a una velocidad pasmosa. Por supuesto no es una certeza nueva, ya que lo mismo ocurre en el sector musical. Mientras las grandes discográficas y estudios de cine pierden el tiempo tratando de meter en la cárcel a los piratas, éstos van puliendo sus errores y mejorando sus técnicas. En resumidas cuentas: los primeros andan como los cangrejos (dos pasitos para atrás) y los segundos corren como liebres.

Aunque las alarmas ya han saltado en Hollywood, la piratería no ha causado tantos estragos (por el momento) como lo ha hecho la piratería musical. Las reacciones a este nuevo ‘cáncer’ se van tomando a medida que la herida es más o menos profunda. Por ejemplo, en el Reino Unido, la copia ilegal de piratas ya es un problema serio.

Recientemente, la Federation Against Copyright Theft (Asociación Contra el Robo de los Derechos de Autor) calculó que sólo en ese país la piratería de DVDs y Vídeos se había incrementado un 80% respecto al año anterior. Las pérdidas totales ascienden, a día de hoy, a 575 millones de euros. Como suele ser habitual, la Asociación Cinematográfica ha tirado por el camino de la amenaza: de continuar las cosas así, 50.000 personas acabarán perdiendo su empleo y los estrenos se irán reduciendo “hasta acabar matando al sector”. Frases calcadas a las que esgrimen las discográficas.

No cuesta demasiado esfuerzo imaginar el futuro que se nos avecina. Aparte del trabajador que pica nuestra entrada, cuando vayamos al cine deberemos atravesar un detector que señale si llevamos una cámara digital metida en la sobaquera o en la entrepierna. Una vez más acabarán pagando justos por pecadores.

¿Soluciones? Las mismas que sucede en el sector de la música. O sea, pocas. Aunque tal vez los estudios de cine lo tengan un poco más fácil. En tiempos de crisis, todo el mundo lo sabe, se agudiza el ingenio. Lo mismo, en vez de ser responsable de la crisis del cine, la piratería provoca chispazos de imaginación, buenos guiones y desarrollos mucho menos estúpidos que los que definen a la mayoría de las películas que copan las carteleras. Tal vez, sólo tal vez, la piratería acabe siendo el catalizador que devuelva el amor por el cine bien hecho y pensando en detrimento de las películas de explosiones, asesinatos y chistes burdos.


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