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Hay varias razones para alegrarse de la victoria de Arnold Schwarzenegger en las elecciones de California. La primera, es la destitución de Gray Davis, un hombre que estaba contribuyendo activamente a empobrecer una de las regiones más ricas y dinámicas del mundo. También la estaba despoblando, porque los impuestos que se han aplicado durante su mandato llevaban a la gente a mudarse a Estados próximos menos agresivos e intervencionistas.

La segunda es el éxito del experimento democrático consistente en echar a un mal político de su cargo. Se ha hablado mucho del mal precedente que sienta esta reliquia resucitada de democracia participativa. A mí me parece lo contrario. Me gusta que los ciudadanos se sientan lo bastante implicados en la gestión de los asuntos públicos como para obligar a los políticos a cambiar el rumbo de su acción. Los europeos, que nos hemos vuelto tan cínicos, tenemos mucho que aprender de la voluntad de compromiso activo que han demostrado los californianos. También me gusta que haya llegado a gobernador de California un inmigrante de primera generación.

Una tercera razón es que han ganado los republicanos. California era la última trinchera de los progresistas norteamericanos. En ninguna otra parte de Estados Unidos, salvo en los círculos periodísticos e intelectuales de la costa este, había sido tan activa la propaganda contra la presidencia de Bush y su política internacional. Ahora resulta que los ciudadanos del Estado más progresista de Norteamérica han respaldado esta acción. Y que no han tenido en cuenta la campaña de calumnias lanzada por quienes se manifestaron dispuestos a perdonarle cualquier cosa a Clinton, pero no a un republicano.

Una cuarta razón es que el programa de Arnie, aunque impreciso, enuncia grandes líneas de acción con las que es difícil no estar de acuerdo: moderación en el gasto, reducción del déficit y de los impuestos, mayor transparencia, preocupación por la educación y atención a demandas sociales que tengan en cuenta la diversidad de las opciones vitales individuales. Veremos cómo lo pone en práctica, aunque cuenta con un buen equipo.

No le van a dar muchas oportunidades. Los demócratas no van a perdonar esta derrota. La interpretan como un golpe de Estado en una auténtica guerra. Si Bush era un presidente ilegítimo, Arnie lo es mucho más, a pesar de que su victoria que parece indiscutible. El ambiente de las elecciones presidenciales se enrarece, sin duda. Además, empeora la imagen de Estados Unidos entre los europeos. En vez de mostrar un poco de humildad ante este ejercicio de democracia, los europeos seguirán fingiendo desprecio ante lo que llaman el “circo” californiano. Por lo visto, Chirac, Giscard o Felipe González son más respetables que los políticos de California.


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