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Uno de los cambios de Internet con respecto a otros medios es que brinda posibilidades de comunicación más diversas. La televisión, por ejemplo, es un caso paradigmático en el que sus usuarios forman una audiencia: hay un emisor y muchos receptores que no se pueden comunicar entre sí. Un sitio web, o el correo electrónico, puede emplearse del mismo modo, o utilizarse para que varias personas formen un grupo en el que cada uno se comunica con todos los demás: a eso se le denomina comunidad.
 
Así pues, una página con pocos usuarios pero con mucha participación, como suele suceder en foros y bitácoras, es un ejemplo de comunidad en la Red. El grupo de bitácoras liberales españolas, a pesar de ser páginas distintas, también forman una comunidad. Pero, como en tantas cosas, las definiciones no están tan claras. Libertad Digital, por ejemplo, parece seguir un modelo clásico de audiencia. Nosotros escribimos y ustedes nos leen. Sin embargo, tenemos cartas al director, foros y chats que permiten la participación y la comunicación entre nuestros lectores.
 
¿Somos, por tanto, una comunidad? Quizá sería un poco excesivo afirmarlo. En cambio, sí se puede decir que alojamos una. Barry Wellman afirma que existe un punto medio entre ambas definiciones: las redes sociales. En ellas los lazos entre los participantes son débiles pero existen, de modo que no puede hablarse tampoco de audiencia. Dentro de esta definición podrían entrar casi todas las páginas web que, a pesar de disponer de cierta cohesión entre sus usuarios por representar una ideología o intereses comunes, y de tener mecanismos de participación, son demasiado grandes como para que existan lazos fuertes entre sus miembros.
 
Los creadores de sitios web suelen tener interés en crear comunidades como garantía de éxito. Los lazos creados entre los usuarios les crean razones para visitar más páginas en cada visita y repetirlas a menudo. Parece evidente que Internet, después de todo, no nos acaba de convertir en seres asociales, envueltos en nuestra burbuja.

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