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EDITORIAL

Impuesto inexplicable para películas infumables

Un reglamento extraído directamente del privilegiado magín de los ministros socialistas acaba de ser aprobado hoy para mayor gloria del cine español, o quizá sería más ajustado decir de los cineastas españoles. El Gobierno en pleno, es decir, el Consejo de Ministros ordinario del viernes, ha dado vía libre a un nuevo impuesto destinado a promover la producción cinematográfica nacional. El invento legislativo consiste en hacer pagar a las televisiones, privadas y públicas, un canon del 5% de sus resultados de explotación.
 
El “impuesto revolucionario”, nacido en imitación de la manoseada “excepción cultural” de los franceses, tiene como objeto satisfacer la necesidades financieras de los realizadores españoles y europeos que, hoy por hoy, se las ven negras para poder competir con sus homólogos del otro lado del Atlántico...o del otro lado del Canal de la Mancha.
 
Al regocijo previsible de la buena “gente del cine” le ha sucedido una nota algo más lacónica de la UTECA, la Unión de Televisiones Comerciales Asociadas, en la que ha recordado al Gobierno que a través de medidas como la que acaba de aprobar no va a conseguir el objetivo que persigue, esto es, llevar a la gente a ver películas españolas o europeas.
 
Nuestros cineastas, algunos de ellos con verdadero talento, aún no se han dado cuenta de que el cine, es decir, las películas son un bien como otro cualquiera, ni más importante ni menos, y por lo tanto está sometido a las mismas leyes de mercado. Quien quiere prosperar en cualquier sector de la producción tiene que satisfacer a los clientes que, dicho sea de paso, son los verdaderos amos del sistema. El que mejor lo hace, el que ofrece en definitiva lo que el público demanda, se lleva el gato al agua. Quien sirve bien sobrevive, quien lo hace mal desaparece. El mercado es la democracia más perfecta que existe.
 
La factoría cinematográfica norteamericana, tan denostada por la progresía europea, ofrece productos de todos los tipos; buenos, malos y regulares pero siempre se somete al dictamen del mercado para seguir produciéndolos y exportándolos. Nuestros realizadores en cambio prefieren que sean otros los que financien sus aventuras empresariales, aunque ellos ya se encarguen de rebautizar como "creativas". Ya sea a través de subvenciones estatales o de “impuestos especiales” sobre las empresas como el que acaba de aprobar el Gobierno.
 
Cadenas de televisión españolas como Telecinco o Antena 3 son un bello ejemplo de promoción de nuestra escena a través de lo que mejor saben hacer; de series televisivas. Cada año estas cadenas destinan importantes sumas a producir series que, en muchos casos, cosechan un gran éxito de público. Otras se quedan en el camino porque el público, el que tiene la última palabra, ha decidido no prestarles su apoyo. El objetivo es que satisfagan lo que telespectador pide y a la vez que sea rentable para que la máquina siga funcionando. Ni que decir tiene que si gusta es rentable y si es rentable gusta. Beneficio para ambas partes, para que el demanda y para el que ofrece.
 
En cierta ocasión Paul McCartney, cuando los críticos le afearon, por frívola, su “Give my regards to Broad Street”, dijo que la inmensa mayoría de la gente va al cine para entretenerse y olvidar por un rato los problemas de su vida diaria. No a que la adoctrinen o la aburran con tostones que sólo interesan a sus “creadores” y, naturalmente, a los partidos y a los políticos de “referencia”. Éste quizá sea el problema del cine español en particular y del europeo en general. Demasiado divismo y un amor a quemarropa por vivir muy cerca del poder y muy lejos del espectador.
 
Las subvenciones de las últimas décadas no han conseguido crear una verdadera industria cinematográfica sino más bien todo lo contrario. El "impuesto revolucionario" recién aprobado lo único que va a propiciar es una red de clientelismo político aún más grande, y complicar la cuenta de resultados de algún que otro canal de televisión. El público seguirá haciendo lo que hasta ahora, es decir, seguirá yendo a ver lo que le plazca sin que les importe el país de donde venga.

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