Las declaraciones de Rajoy tras la rebelión de Gallardón y su Cobi crearon no poca inquietud y mucha preocupación en los militantes, porque parecían augurar una tibia, calculada y descomprometida equidistancia entre Aguirre y el alcalde de Madrid, con la consiguiente pérdida de autoridad de la flamante dirección popular. Pero la aparición de Ángel Acebes atacando abiertamente al polanquismo de derechas, oportunismo de centro o como quiera denominarse ese partido, banda o secta de Gallardón demuestra que estamos ante una división de papeles entre el Presidente y el Secretario General del PP, pero que ambos son conscientes de que lo que quiere Gallardón no es simplemente sabotear a Aguirre si no se somete a sus dictados, sino poner contra las cuerdas a Rajoy para tratar de ocupar su puesto. Nada nuevo, aunque nunca fue tan descarado. Y nada nuevo tampoco que la dirección recoja el guante. No puede permitirse una derrota así. Y el partido, tampoco.
Tal vez ahora pueda entenderse mejor el mensaje de Aznar a su sucesor cuando hizo un inesperado (que no inmerecido) elogio de Álvarez Cascos en su vibrante discurso al XV Congreso del PP. A la situación en Galicia, Extremadura, y Ceuta, al marasmo en que se debate el partido en Cataluña y a la grave división en la Comunidad Valenciana viene a sumarse ahora la rebelión abierta de Gallardón, el aspirante a todo todo el tiempo, con la evidente intención de demostrar que él puede poner al PP patas arriba, de forma que lo más razonable es que se pongan todos boca abajo. Tanto tiempo con Polanco le han contagiado sus costumbres, menos madrileñas que sicilianas. Antes o después, tenía que pasar. Y como además Gallardón ve que su oportunidad está a punto de pasar del todo, no es sorprendente que su ambición y su estresado sistema nervioso le hayan conducido a este abierto desafío a Rajoy.