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Agapito Maestre

La ocultación de España

el pensamiento de Ortega es hoy un apoyo imprescindible, un puntal de madera noble, para que no se derrumbe el grandioso edificio que construyeron con sangre, sudor y lágrimas nuestros antepasados, la nación española

Los comentarios de la nueva edición de las obras completas de Ortega han dejado un rescoldo de malevolencia, casi una crítica, en mi corazón. Devuelvo esta menuda brasa envuelta en ceniza a quien ni siquiera ha logrado indignarme. Nunca he esperado mucho de los relamidos administradores del legado de Ortega, siempre tan preocupados por ocultar lo evidente de una grandiosa obra como por destacar lo más superficial y mundano de una biografía compleja, pero en esta ocasión han batido el récord de estulticia. Las reseñas aparecidas en los suplementos culturales del sábado, a propósito de la publicación de los dos primeros tomos de esta edición de sus obras, son de aurora boreal, o peor, cenizas, escombros, para ocultar un grandioso pensamiento y una vida volcada al servicio de la nación española.
 
Motivaciones personales, malos argumentos pedagógicos, falsos razonamientos academicistas y, en fin, justificaciones sin alma predominaban a la hora de "explicarnos" por qué Ortega es actual, por qué el pensamiento de Ortega es hoy un apoyo imprescindible, un puntal de madera noble, para que no se derrumbe el grandioso edificio que construyeron con sangre, sudor y lágrimas nuestros antepasados, la nación española. Estos enterradores del pensamiento no se han enterado del "yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". Estos lectores a palos de la obra de Ortega no quieren saber nada de la circunstancia actual de España. No se atreven a mirar la cara enfurecida y odiosa de quienes afirman su pobre identidad animal odiando a su progenitora: España. La ocultación de la crítica de Ortega a los antiespañoles, a los defensores de una España invertebrada, parece la enfermiza tarea que se han impuesto los correctos intérpretes del filósofo.
 
La manipulación historicista, la sobrehistorización de unos territorios de España, ha llegado a su final. España está siendo demolida con odio, saña y resentimiento. Las mismas armas que Ortega denunció, desenmascaró y combatió a lo largo de toda su vida, pero los "defensores", o enterradores de lujo, se olvidan de recordarlo en sus melifluos comentarios del sábado. Pierden la ocasión, la oportunidad, de hacerse merecedores de un legado intelectual grandioso para que España no desparezca como nación. Sí, amiguitos, pensar es jugársela en cada ocasión que uno sale al terreno de lo público, y nadie que quiera pensar de verdad, en la España de los secesionistas y socialistas, puede dejar de mencionar estas verdades por las que vivió, luchó y murió Ortega. Sí, amiguitos, tengo la obligación de recordaros, porque amo tanto a mi nación, España, como al pensamiento de Ortega, que una y otro están hoy, después de los asesinatos del 11-M, más olvidados que nunca. Sí, amiguitos, Ortega es un adorno más para los pobres "pesebreros intelectuales" que legitiman la muerte de España como nación.
 
Sí, queridos lectores, Ortega queda reducido, en manos de polanquitos y liberales de cartón piedra, Ortega, a una pista de patinaje artístico. Un pensador para señoritos incapaces de comprender su crítica a la democracia morbosa, al totalitarismo implícito en las democracias de masa. Por eso, mientras España siga desgobernada por secesionistas y socialistas, dirigidos por el nieto del capitán Lozano, estamos obligados a resaltar la principal verdad de Ortega: hay que hallar la razón de la "sinrazón" de la historia de España. Ahora, cuando España está pasando por una de sus peores etapas de sinrazón, de asalto a la razón de la nación española, es cuando Ortega puede sernos más valioso. Cuando España está necesitada de voces que afirmen con sencillez que, en efecto, España es un nación, la voz de Ortega sobresale por encima de los ruidos miserables de los socios del nieto del capitán Lozano. Y junto al filósofo de la razón vital, hay que recordar cientos de nombres que se revuelven en sus sepulcros gritando: Viva España. Viva la nación. Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal, Unamuno y a su lado Ortega, Sánchez Albornoz y Américo Castro, José Pla y Eugenio d´Ors, Dieste y Zambrano, Laín y Ridruejo, y otras tantas parejas que podríamos seguir citando, se remueven en la noche de los muertos, en la noche de santos, para gritar con Ortega: España es la única nación; lo otro, los otros territorios, son sus diversos componentes.
 
He ahí la sencilla plegaria de Ortega para que los intelectuales españoles se sigan llamando así, "intelectuales españoles", que con tanto afán se empecinan en ocultar estos comentaristas de salón. España es la única nación, He ahí la principal aportación de Ortega a la patria española y, por supuesto, la primera obsesión que tienen sus administradores por negarla, por disfrazarla, en fin, por ocultarla. Por eso, sólo por eso, algunos consideramos que leer a Ortega es retirar los escombros que sus administradores echan sobre su tumba.

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