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Un disparo a sangre hirviendo

"Dispara primero y pregunta después" es una de esas normas que se impone a los combatientes en situación de grave peligro, sobre la que ninguno necesita haber sido aleccionado

Un pequeño grupo de marines entra en una mezquita, se encuentra a varios enemigos tumbados en el suelo. Un marine grita, refiriéndose a uno de ellos, que está haciéndose el muerto, le dispara y añade que ahora ya lo está. Un cameraman "embedded" recoge toda la escena.
 
Un hecho individual, uno de los horrores de la guerra, uno de los muchos, de cada una y todas las guerras, que hacen que la guerra sea un horror, el infierno, un procedimiento brutal de resolver conflictos, pero que no nos dice nada acerca de la justicia o necesidad de cada guerra en concreto. No es imposible que en Faluya haya habido algún otro hecho similar que haya pasado desapercibido, porque la única forma de reducirlos a cero es renunciar absolutamente a la guerra. Pero sabemos con certeza que ese no es, ni remotamente, el comportamiento estándar de los soldados americanos. Equipararlo a la conducta sistemática de los terroristas, aparte de conculcar el entero espectro de las normas éticas, es un insulto a la inteligencia.
 
Mientras que los terroristas se enorgullecen de acciones increíblemente inhumanas y se encargan ellos mismos de filmarlas y difundir las imágenes, convencidos de que con ello están promoviendo la causa entre su público, en el bando opuesto todos se avergüenzan de lo que han visto y lo ponen en manos de la justicia, la cual tendrá que averiguar todas las circunstancias y reconstruir el contexto ausente de las imágenes, cuya engañosa, por parcial y fragmentaria, objetividad se dirige más a los corazones de los espectadores que a su cerebro.
 
Junto a las leyes y convenciones que rigen la guerra está la lógica de la misma, no ya la de los estrategas que tratan de ganarla sino la de los guerreros de todos los tiempos y lugares que además de ganarla también tratan de sobrevivirla. "Dispara primero y pregunta después" es una de esas normas que se impone a los combatientes en situación de grave peligro, sobre la que ninguno necesita haber sido aleccionado. No sólo el error humano sino también esa irreprimible compulsión explica la elevada proporción de víctimas de "fuego amigo" en las hipertecnificadas guerras de los últimos años.
 
En situaciones de extrema tensión, los instintos tienden a considerar a todo enemigo dejado detrás, herido o prisionero, como un peligro mortal. Que se lo pregunten al soldado británico Henry Tandey, condecorado con una cruz Victoria por su heroico comportamiento el 28 de septiembre de 1918 en el frente francés. Al final de un día en que había matado en combate a muchos enemigos vio a un cabo del ejército alemán herido, tumbado en una trinchera y decidió perdonarle la vida. Veintidós años después, bajo las bombas nazis en Coventry tuvo ocasión de conocer cuantas vidas estaba costando su magnanimidad con el cabo Adolfo Hitler.
 
Pero Tandey pudo tener ese rasgo de humanidad porque en aquel momento su sistema endocrino había ya superado el inmenso estrés de la lucha, lo que con toda probabilidad no le había sucedido al infante de marina de Faluya, sino más bien todo lo contrario. El organismo responde al riesgo inminente generando una descarga de adrenalina que acelera el ritmo y la potencia del latido cardíaco para aumentar la energía, dilata los pulmones para reforzar la respiración y las pupilas para mejorar la vista, incrementa la vasoconstricción y el sudor y acelera la coagulación de la sangre. Junto a estos efectos biológicos lo que realmente cuenta es que produce una enorme agresividad, que programa químicamente al guerrero para matar con olvido de su propia vida. Sólo cuando los efectos de esta droga interna han desaparecido, reaparece la conducta que consideramos humana, pero sólo bajo esos efectos se puede luchar.
 
No es demasiado relevante que el soldado americano en cuestión hubiera sido herido el día anterior, como parece que sucedió, hubiera perdido a un compañero al que le disparó un enemigo en parecidas circunstancias a las que él se encontraba, o supiera, como sin duda sabía, que los extremistas iraquíes instalan trampas explosivas en los cadáveres que dejan detrás. Todo eso puede haber contribuido a su situación hormonal. Pero lo importante es que las circunstancias en las que encontraba en aquel momento le hubieran puesto la sangre a punto de ebullición.
 
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

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