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Pío Moa

Un precedente histórico

El peligro revolucionario ha desaparecido en España, pero ha pasado a primer plano el peligro secesionista, concomitante con el islámico.

En febrero de 1936, después de unas elecciones muy anómalas, alcanzaba el poder la coalición que sería luego llamada Frente Popular, presidida por Azaña. Llegaba con un programa radical encaminado a transformar la república en un sistema parecido al del PRI mejicano, muy admirado por los republicanos de izquierda. La derecha, que había derrotado el asalto de las izquierdas a la legalidad republicana en 1934, aparecía en su propaganda como la gran enemiga de la república, y se pretendía “republicanizar” el estado, en particular eliminando la independencia del poder judicial, de modo que la derecha no pudiera volver al poder.
 
Aun así, el principal partido de la derecha, la CEDA, se puso rápidamente al lado de Azaña y le ayudó a sortear algunas dificultades como la ilegal puesta en libertad de gran número de presos, realizada por las turbas izquierdistas. La causa la explica frívolamente el mismo Azaña en cartas a su cuñado Rivas Cherif: se había convertido en “ídolo de la derecha”, y ello por una razón de peso: “Tienen un miedo horrible”; a Gil-Robles “La Pasionaria le ha cubierto de insultos. No sabe dónde meterse, del miedo que tiene”, y concluye sin abandonar un momento su frivolidad, bien apreciada como uno de sus peores defectos por Julián Marías: “Te divertirías mucho si estuvieras aquí”.
 
Ese miedo radicaba en que los socios políticos de Azaña, que con sus votos le habían permitido llegar al poder y le sostenían, no eran otros que los que se habían rebelado contra la república en octubre de 1934, resueltos a comenzar una guerra civil; y ninguno había modificado básicamente sus posiciones. El mismo Azaña, en sus grandes mítines de 1935, había justificado aquella rebelión y apoyado moralmente a los insurrectos. Pese a ello la derecha esperaba que la realidad política hiciera reflexionar al dirigente jacobino, el cual también debía sentirse asustado por las pretensiones y actos extremistas de los partidos que le apoyaban. En otras palabras, esperaba que Azaña frenase, desde el poder, la escalada revolucionaria emprendida por los socialistas de Largo Caballero, los comunistas y los anarquistas. La CEDA y los mismos monárquicos insistieron en esta línea, considerando al gobierno republicano de izquierdas como el último valladar frente al ímpetu revolucionario.
 
No iban a tener éxito. Azaña disfrutaba haciendo desplantes y ofensas a las derechas. Alcalá-Zamora llegó a decirle: “Es que usted cree que las derechas nunca tienen razón”, y el replicó: “Claro. A mí, todo lo que es de derecha me repugna”. Lo cuenta él mismo, muy ufano. Y la oposición le pedía, en las Cortes y personalmente, que cumpliera e hiciera cumplir la ley. Pero Azaña, entre su aversión irracional y sectaria hacia la derecha, y su falta de carácter para sacudirse el yugo de sus aliados más extremistas, presidía alocadamente un doble proceso: el revolucionario en la calle, que no podía o no quería impedir, y el de su propia deslegitimación. La mitad del país, por lo menos, se sentía constantemente agredida, insultada y pisoteada en sus intereses y sentimientos más profundos. Pero la izquierda en general, incluyendo a Azaña, se creía su propia retórica, según la cual la derecha sólo representaba a unos cuantos oligarcas explotadores merecedores de todo lo peor. Éste fue el proceso que hizo inevitable el completo derrumbe de la república en julio de 1936.
 
¿Hay alguna relación con la situación actual? También tenemos ahora a un partido y un gobierno que han cultivado un ciego sectarismo contra la derecha, aliados y en buena medida presos de sus propias exaltaciones anteriores y de sus pactos con partidos extremistas, habiéndose inclinado él mismo hacia los extremos. El peligro revolucionario ha desaparecido en España, pero ha pasado a primer plano el peligro secesionista, concomitante con el islámico.
 
Parece que, en un rapto de lucidez, el presidente del gobierno ha aceptado algunos acuerdos con el PP contra el plan Ibarreche-Ternera. Es una buena noticia, y ojalá que persista en esa dirección y no repita el precedente de Azaña. Pero no soy optimista. La experiencia que vamos teniendo hasta ahora no autoriza a ello.

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