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Antonio José Chinchetru

Bitácoras y libertad de expresión

La blogosfera permite acceder a opiniones dispersas, debates ideológicos que no se ven reflejados en otros ámbitos y conforma una red de opinión pública que de otro modo no existiría

El mes de febrero comenzaba con dos artículos de Raúl del Pozo y Carmen Rigalt, ambos el día 1, en El Mundo atacando las bitácoras. Las quejas y lamentos de sus autores eran diferentes, pero ambos con un mismo fin: desprestigiar un fenómeno incontrolable que rompe con el estatus del autor de artículos propio de la prensa en papel . Antes del nacimiento de Internet y, en especial, de los blogs, la propia naturaleza de los medios impresos imponía que la creación opinión escrita dirigida al público tuviera un carácter "elitista".
 
En la época en la cual la tinta no tenía que competir con los bits, la transmisión de opiniones sobre la actualidad mediante textos estaba profesionalizada y reservada a grupos más o menos reducidos. Eso tenía un doble efecto. Por una parte, el articulista estaba a salvo de críticas ajenas que no fueran de sus propios iguales. Los lectores no tenían más vehículo de expresión que el limitado recurso que representan las cartas al director, cuya publicación además se decide por el propio medio. Por otra, esa estructura elitista permitía mostrar tan sólo opiniones bastante homogéneas. Tan sólo daba voz a personas en la línea de pensamiento de los medios de comunicación. Las ideas que se salían de esas tendencias no tenían cabida y se veían imposibilitadas de llegar a un público diferente al de los amigos y conocidos de quien las tenían. Cada uno de los articulistas de El Mundo protestaba por el fin de uno de estos fenómenos.
 
En Paseos de en la Red Raul del Pozo de queja: "Hay una grada del siete, un piquete de exaltados, un retén sádico del sabio pueblo español que te zarandea por los blogs y los chats". A lo largo de su columna, este articulista dedica a quienes se atreven a criticarle a él o a otros profesionales de la opinión impresa epítetos tan poco moderados como "francotiradores tribales". Del Pozo ataca a sus críticos de derechas ("conservadores" les llama, como si fuera de la izquierda no hubiera más opciones) y a los de izquierdas. Al menos hay que reconocerle que no es sectario en esta cuestión. Tan sólo le molesta la crítica, que para él es como que te arrastren "por las cunetas". Es que los autores de bitácoras conforman un "guateque de panteras". Esta claro que no le gustan los editores en pijama.
 
Lo de Carmen Rigalt tiene peor idea. En Libertad en la Red protesta precisamente por el hecho de que exista esa libertad. Lo que comienza como un aparente elogio a la blogosfera termina en una serie de insultos a quienes no piensan como ella. En la línea de Fernando Berlín, lo que realmente le molesta es que las bitácoras –y medios electrónicos como Libertad Digital– hayan roto el tradicional monopolio homogenizador de la opinión. Según Rigalt "se agazapa mucho pensamiento neocon, mucha derecha vergonzosa (y vergonzante), mucho enano infiltrado". Se equivoca. Los que ella define como "neocon" (¿por qué se negará a llamarles liberales?) no se agazapan, se muestran. Además, conforman una derecha nada vergonzosa y menos vergonzante. Esos "enanos infliltrados" han encontrado, como otras personas de todas las ideologías, un lugar donde ejercer su derecho a expresarse. Y eso es lo que molesta a esta articulista.
 
Frente a Rigalt y Del Pozo, yo defiendo las bitácoras y me alegro de su existencia. A pesar de que sea crítico con los blogs, soy un apasionado de ellos hasta el punto de ser autor de uno. La blogosfera permite acceder a opiniones dispersas, debates ideológicos que no se ven reflejados en otros ámbitos y conforma una red de opinión pública que de otro modo no existiría. Es cierto que en el "universo blog" se encuentran a veces radicales enfrentamientos ideológicos –en ocasiones en tono barriobajero– y existen la falta de de consistencia intelectual de algunos de sus miembros (algo que también ocurre entre los articulistas de periódico, por cierto), los personalismos y otros pecados propios del medio. Pero a pesar de todo ello, es donde más y mejor se desarrolla la libertad de expresión en España. Donde ni medios de comunicación, grupos de presión ni poderes públicos pueden coartar opinión alguna. Donde nadie no nada está a salvo de la crítica y donde todos tienen cabida.
 
Tal vez por todo eso las bitácoras le molestan tanto a Del Pozo y Rigalt.

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