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Emilio J. González

El nuevo talante europeo

En Europa uno consigue lo que es capaz de negociar con habilidad diplomática o cuando tiene algo que ofrecer a cambio. Nosotros, hoy por hoy, no podemos ofrecer mucho porque casi todo lo que teníamos ya lo hemos dado

El presidente del Gobierno se ha embarcado en la peligrosa política de dar el “sí” en la Unión Europea a todo lo que proponen Alemania y Francia, sin pedir ni obtener contraprestaciones a cambio y, por lo visto, sin pararse a pensar verdaderamente en los intereses de España, cuando nuestro país tiene en estos momentos cosas tan importantes que negociar.
 
En la Unión Europea no se puede acudir a las reuniones y negociaciones con el traje de idealista porque, allí, los representantes de cada Estado miembro, aunque compartan en su fuero interno el espíritu de la construcción europea, la solidaridad, etc., se sientan en la mesa de negociaciones con la defensa de sus intereses nacionales como primer y gran objetivo. En este juego, nadie da nada a cambio nada y siempre se pasa factura por los apoyos ofrecidos. Eso lo sabe todo aquel que, de una u otra manera, se acerca a las reuniones comunitarias, a las cumbres de jefes de Estado o, simplemente, conoce la historia de la UE. Zapatero, sin embargo, tiene su estilo propio, definido por lo que él denomina “el nuevo talante”. Qué Francia y Alemania quieren que España levante el veto a la constitución europea, aunque su contenido nos perjudique y ello suponga traicionar a nuestros aliados polacos en dicha postura, pues Zapatero concede y sin contraprestaciones para decir luego que, de esta manera, nuestro país se encuentra en mejor posición para negociar los fondos comunitarios que percibirá a partir de 2007. Pues no ha sido así.
 
Cuando el presidente del Gobierno trató de sacar a colación el asunto de los fondos en la cumbre que tuvo lugar el pasado año en Madrid con el canciller alemán, Gerhard Schröeder, y el presidente francés, Jacques Chirac, ambos se negaron a hablar del tema. Y ahora que hay que empezar a negociar las perspectivas financieras de la UE para el periodo 2007-2013, resulta que España tiene que reclamar el reconocimiento de lo que el vicepresidente económico del Gobierno, Pedro Solbes, ha bautizado como “el problema español”, que consiste, básicamente, en seguir recibiendo cantidades ingentes de euros procedentes de las arcas comunitarias a pesar de que la renta española ya supera el 90% de la media comunitaria y de que ahora toca ayudar a los diez Estados que acaban de incorporarse a la Unión. ¿Y cómo vamos a conseguirlo? Porque, la verdad es que Zapatero lo ha puesto difícil. No sólo no negoció con Francia y Alemania el levantamiento del veto a la constitución europea a cambio de fondos, sino que también dio el visto bueno a la reforma del Pacto de Estabilidad que propugnaban ambos países, y nuevamente lo hizo sin pedir contraprestación alguna. Y es que, aunque al Gobierno le venga bien la flexibilización del Pacto como excusa para acabar con la política de estabilidad presupuestaria impulsada por el PP, que tan buenos resultados ha deparado a la economía española en términos de crecimiento, generación de empleo y aumento del bienestar de la sociedad, ese apoyo nunca se debe dar de manera gratuita por la simple y sencilla razón de que cualquier otro país hubiera tratado de sacar tajada del asunto, cosa que nuestro buen Zapatero, con su nuevo talante, no ha hecho.
 
España ha visto minada su influencia y su capacidad de negociación en la UE con estas actitudes. No nos llamemos a engaño. En Europa uno consigue lo que es capaz de negociar con habilidad diplomática o cuando tiene algo que ofrecer a cambio. Nosotros, hoy por hoy, no podemos ofrecer mucho porque casi todo lo que teníamos ya lo hemos dado –mejor dicho, regalado– y, además, nosotros mismos hemos empezado a complicarnos más las cosas. Ahora resulta que el Gobierno español está de acuerdo en que se rebaje el techo de gasto comunitario del 1,24% al 1% del PIB de la UE. Con esta reducción, ¿de dónde piensa el Ejecutivo que va a salir el dinero para reconocerel problema español? Porque la reciente ampliación de la UE supone, en términos presupuestarios, que hay diez países más en el reparto de la tarta que, además, tienen un nivel de desarrollo muy inferior al del resto de Estados miembros. Pensemos, por ejemplo, en que los nuevos socios aumentan la población de la UE en un 20%, pero sólo aportan al tamaño de la economía comunitaria un 5% adicional; o en que, de todas las regiones de los países que se han adherido a la Unión, solo tres están fuera del Objetivo 1 –las regiones con una renta inferior al 70% de la media comunitaria–. A la luz de estas cifras, es evidente que los países de la ampliación se van a llevar la parte del león de los fondos estructurales y de cohesión. ¿Qué queda, entonces, para España, sobre todo si se aprueba finalmente la reducción del techo de gastos de la UE? ¿Quién va a apoyar, en estas circunstancias, el reconocimiento de unproblema españolque implique que sigamos percibiendo en el futuro ingentes cantidades de dinero procedente de los fondos europeos? Probablemente nadie, sobre todo cuando no tenemos nada que ofrecer a cambio, gracias alnuevo talante.

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