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Cristina Losada

La otra cabeza del monstruo

atribuyó los crímenes totalitarios a la locura y al crimen por el crimen, como si los nazis, los fascistas, y los comunistas que olvidó, no hubieran asesinado al dictado de sus ideologías, por cierto tan emparentadas

La conmemoración del fin de la II Guerra Mundial olvida, como ya es costumbre en Europa, que mayo del 45 supuso la derrota del nazismo, pero no del otro totalitarismo engendrado en el continente: el comunismo. Éste aún podría sojuzgar y asesinar a millones de personas durante otras cuatro décadas largas. Es más, todavía sigue haciéndolo. Hace sesenta años, la guerra terminó para unos, pero no para otros. Otros, que además de la represión, hubieron de soportar el silencio y las burlas de tantos políticos e intelectuales del democrático Occidente. Pues la existencia de esas víctimas amenazaba, como dijo Joseph Brodsky, “la barrera mental construida por la izquierda” en torno a las atrocidades soviéticas.
 
A los que llevan años practicando la ceguera voluntaria con el comunismo, se ha venido a sumar el presidente del gobierno español. Y no es que le coja a uno por sorpresa. Pero Rodríguez podía haber aprovechado con discreción la oportunidad publicitaria que buscaba en Mauthausen. Podía, incluso, él, líder de un partido que quiso destruir a la II República, mostrar ahora simpatía hacia los republicanos. Y podía, él, de un partido cuyos dirigentes, salvo Besteiro, salieron raudos en cuanto vieron la guerra perdida y pudieron librarse de la represión, ponerles la mano en el hombro a las gentes de base que dejaron atrás y cayeron en manos de los franceses y luego de los nazis.
 
Podía, pero tuvo que hablar del totalitarismo y dejarse en el tintero de la conciencia al comunismo. Y no contento con eso, atribuyó los crímenes totalitarios a la locura y al crimen por el crimen, como si los nazis, los fascistas, y los comunistas que olvidó, no hubieran asesinado al dictado de sus ideologías, por cierto tan emparentadas. Tanto, que los campos de concentración los patentaron los bolcheviques. Tanto, que nazis y soviéticos aprendieron los unos de los otros los métodos para establecer sus regímenes de terror. Tanto, que colaboraron en la caza y captura de aquellos que deseaban silenciar para siempre. Hasta que los nazis invadieron la URSS y se acabó la luna de miel entre Stalin y Hitler.
 
Revel lo formuló de este modo: Si no se ha comprendido nada del totalitarismo se demostraría que la información no sirve para nada. Pues el siglo del totalitarismo ha sido también el siglo de la información. Ésta no ha faltado, bien al contrario, y, sin embargo, sigue habiendo gente como Rodríguez. Gente que cuando habla del totalitarismo ignora la otra cabeza del monstruo. Gente que se enorgullece, como hizo el presidente ante la Asamblea francesa, de gobernar con comunistas. Gente, en fin, que perpetúa la miseria intelectual y moral que preside nuestro tiempo desde el fin de la II Guerra Mundial. La patología crónica de la asimetría moral que permite que hoy el totalitarismo, en sus diversas formas, también nacionalista e islamista, siga siendo una amenaza. Es ese ángulo ciego el que impedirá que Rodríguez recuerde, conlos niños de la guerra, el destino cruel al que los soviéticos sometieron a la mayoría de ellos.

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