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EDITORIAL

Las facturas del BNG por desbancar al PP

¿Tiene algo que ver todas estas estrambóticas demandas con “la voluntad” de cambio de los gallegos? ¿Decidió Touriño y el resto de los socialistas gallegos dedicar su vida a la actividad política para hacerlas realidad?

Si un observador extranjero tuviera que dilucidar quien ha sido el vencedor de las elecciones gallegas, exclusivamente por las reacciones de las candidatos ante el resultado definitivo de las mismas, podría llegar a la conclusión de que se trata del candidato del BNG, Anxo Quintana. Ciertamente, el líder independentista gallego, a pesar de su estrepitoso fracaso electoral, ha sido, con diferencia, el que más pecho ha sacado al conocerse los resultados definitivos y el que de forma más rápida y concreta se ha lanzado a disponer en qué va a consistir el “cambio” que supuestamente “reclama” la voluntad de los gallegos. Para empezar, los independentistas reclaman, nada menos, que 21.000 millones de euros como supuesta “deuda histórica” y que Galicia sea proclamada como Nación en su nuevo Estatuto de Autonomía.
 
Tampoco deberíamos dejarnos en el tintero la no menos pintoresca, aunque sí menos concreta, exigencia de generar para Galicia lo que Quintana ha venido a llamar un “proyecto de economía autocentrada”... Y es que no hay que olvidar, que el BNG, además del más radical nacionalismo, comulga con la izquierda más delirante y trasnochada.
 
¿Tiene algo que ver todas estas estrambóticas demandas con “la voluntad” de cambio de los gallegos? ¿Decidió Touriño y el resto de los socialistas gallegos dedicar su vida a la actividad política para hacerlas realidad? ¿Los ciudadanos que les han votado, lo han hecho para llevarlas a cabo?
 
No le falta razón, sin embargo, al líder independentista cuando dice que “si algún responsable político en Madrid tenía la ilusión de que el resultado podría hacer que Galicia saliera barata, estaba equivocado de plano a plano". Porque, ciertamente, no es una bravuconada, sino un hecho cierto el que las demandas independentistas y no sólo las económicas-, por muy ajenas que estén a la inmensa mayoría de los gallegos, son, simplemente, determinantes para que Touriño pueda desbancar de la Xunta a quien, como Fraga, le ha ganado con más de doce puntos de ventaja.
 
Lo que añade gravedad a la cuestión es que, precisamente, como son conscientes de lo poco demandadas que son estas condiciones en la inmensa mayoría de la sociedad gallega, los socialistas tratan de edulcorarlas, quitándoles gravedad o faltando, simplemente, a la verdad. Cuando Touriño, como este mismo martes, trata de calmar a sus votantes más moderados afirmando que Galicia no “va a ponerse patas arriba” o asegurando que “la reforma estatutaria se va enmarcar en el respeto a la Constitución” no hace más que rehuir, con vaguedades, el exponer claramente los límites de lo que está dispuesto a pagar políticamente por mandar al PP a la oposición. Lo que verdaderamente significaría un compromiso por su parte, sería decir que Galicia no va a ser proclamada como nación en su Estatuto. Pero con esa claridad no se atreve a pronunciarse el candidato socialista, como no se atrevía a hacerlo en los primeros momentos el propio Zapatero respecto a Cataluña.
 
Como no hay voluntad de contrariar a los independentistas, ni siquiera en asuntos tan capitales como este, lo que ocurre es que el inmenso poder mediático del PSOE -que jamás editorialmente había hecho suya la idea de que comunidades autonómicas empezaran a ser definidas como naciones- pasan, de hecho, a colaborar con los medios nacionalistas en el objetivo de lograr la aceptación social de semejantes pretensiones. Hoy en día todavía provocan alarma social en Galicia, pero cada vez lo harán menos vista la poderosísima propaganda de insensibilización de esos medios. A base de repetirse una mentira, esta se puede convertir en una verdad hasta para los magistrados del Tribunal Constitucional.
 
En cualquier caso, la caracareada “voluntad de cambio” de los gallegos sigue siendo hoy una incógnita. Se sabe lo que se quiere sustituir, pero no con qué. Mientras que Vázquez, sensible a una gran cantidad de votantes socialistas que rechazan la alianza con los independentistas, se opone a un gobierno de coalición, Touriño asegura que Vázquez aceptará “lo que finalmente se decida”. Y es que el candidato socialista ha tenido buen cuidado de no dejarlo claro con programas en común o coaliciones preelectorales.
 
Lo que debería estar claro -y cada vez lo está menos- es que la legitimidad democrática y las bases de un gobierno representativo no descansan exclusivamente en la aritmética parlamentaria. Es cierto que se aceptó un sistema electoral que favorecía a las minorías a cambio de su lealtad constitucional, pero ninguna deficiencia o timo estructural debe ser tampoco excusa para ser condescendiente con la miopía y la falta de escrúpulos, ideológicos y políticos, de quien se rinde al hecho de que las minorías impongan sus criterios con tal de conservar o lograr el poder.

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