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EDITORIAL

Como una tea

No ha de existir una política de extinción de incendios sino, bien al contrario, una política de prevención de incendios. Y cuando, por desgracia, éstos se han declarado, actuar con presteza y coordinación para minimizar al máximo los estragos

Las críticas al Gobierno central y al de la Junta de Castilla La Mancha arrecian en los pueblos afectados por el grave incendio en Guadalajara, que ha provocado la muerte a 11 personas y ha arrasado miles de hectáreas. No es para menos. La primera reunión de coordinación entre las distintas administraciones afectadas –todas ellas gobernadas por el PSOE- ha tenido lugar tres días después de que se originase el incendio. Para colmo, la vicepresidenta, tras ser abucheada el domingo por la tarde en Alcolea del Pinar por los vecinos evacuados de los pueblos de Luzón y Santa María del Espino, ha convocado un tan tardío como pomposo “gabinete de crisis” –compuesto por el ministro de Agricultura, Interior, Defensa, Fomento y Medio Ambiente-, a cuyos miembros se les ha dado dos días más para elevar “una propuesta de estudio” por el que se determinen qué medidas se podrían adoptar con carácter excepcional a fin de "mejorar la eficacia en prevención y respuesta" de los incendios.
 
Una vez consumada la tragedia, sólo cabe denunciar que, con esa previsión que ahora se encarga y con mayor rapidez en la extinción, pudiésemos habérnosla ahorrado. Las primeras investigaciones apuntan a que el origen del incendio fue una barbacoa mal apagada que no tardó en prender en la maleza circundante, agostada tras varios meses de sequía. Comportamientos semejantes, si bien incontrolables, nos llevan a concluir que las autoridades y la sociedad civil en su conjunto deben perseverar en la labor de concienciación sobre los peligros del fuego. Una simple imprudencia puede desencadenar una catástrofe y eso se ha de tener bien presente cada vez que se salga de excursión al campo. Las autoridades, sin embargo, además de apelar al sentido común de los excursionistas tienen la obligación de vigilar que las normativas se respeten y, si no es así, actuar en consecuencia conforme a lo que estipula la Ley. No ha de existir una política de extinción de incendios sino, bien al contrario, una política de prevención de incendios. Y cuando, por desgracia, éstos se han declarado, actuar con presteza y coordinación para minimizar al máximo los estragos causados por las llamas.
 
En el incendio de Guadalajara no se ha sabido prevenir, pero tampoco extinguir. Cuando el pasado sábado se declaró el incendio, los vecinos de la comarca hubieron de esperar durante horas a que la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla-La Mancha se hiciese cargo del problema y enviase los medios adecuados para luchar contra los diferentes frentes que fue abriendo el incendio. Horas angustiosas en las que el fuego se acercaba a las aldeas y, en algunos casos, las sitiaba irremediablemente. Cuando la vicepresidenta se personó la noche del sábado en Alcolea del Pinar ya era tarde y faltaban pocas horas para que se desatase la tragedia. En tan sólo veinticuatro horas el letal combinado de imprudencia, imprevisión y negligencia puso once cadáveres de once bomberos que quedaron desperdigados por un barranco cuando trataban de apagar el incendio. Cuando todo se ha hecho mal antes y lo inevitable termina por acontecer tan sólo queda lamentarse y pedir explicaciones.
 
La Junta de Castilla-La Mancha, presidida por el socialista José María Barreda, si bien no es la responsable del incendio en sí, si lo es de las negligencias que se sucedieron una vez éste empezó a extenderse desde el paraje de Cueva de los Casares. El parlamento de Castilla-La Mancha debería exigir la apertura de una investigación inmediata sobre la actuación de las autoridades competentes desde el mismo momento en que comenzó la pesadilla. Nada devolverá la vida a esos valientes que murieron tratando de contener las llamas pero servirá para depurar las responsabilidades de quienes no son dignos del cargo público que ocupan. Servirá, asimismo, de acicate para que, si se presentan nuevos incendios en este sequísimo verano que padecemos, los responsables de coordinar la extinción actúen con diligencia. Tal vez los incendios sean inevitables porque siempre existirán irresponsables o criminales que los provocan, sus peores consecuencias, sin embargo, si que lo son. Debido a la climatología nuestros bosques son propensos a arder como teas, de nosotros depende que no lo hagan nunca y de que, si lo hacen, sea por poco tiempo.

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