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Ignacio Villa

Con pulpo y Albariño no se arreglan los problemas

¿Es esa la claridad que decía Zapatero iba a traer a la política española? Con tanto silencio, con tanto secreto, con tantas tinieblas poco podemos creer al personaje.

¿Qué tendrá este hombre en la cabeza? Con los problemas que se le acumulan encima de la mesa, inmerso como está en un auténtico laberinto al que ha llegado gracias a su debilidad de carácter, el presidente del Gobierno se ha pasado toda la jornada del martes tan contento en Lugo –tierra de Pepiño Blanco– celebrando las fiestas de San Froilán entre pulpo y Albariño. Tan ricamente, tan campante Zapatero se ha dejado llevar por la gastronomía gallega, suponemos como bálsamo para tanto moratón político que se está encontrando en estos últimos meses.
 
Qué lejos queda la demagogia del talante y de la sonrisa. Lo cierto es que desde el mes de julio no levanta cabeza. Ha perdido la frescura que –decían– tenía  y desde luego ha perdido el estado de gracia con que trataban al presidente del Gobierno toda su prensa "amiga". Ahora las cosas son mucho más complicadas, y en Moncloa nos encontramos actitudes rocosas, miradas huidizas y nervios electorales. En fin, un ambiente de final de legislatura.
 
Precisamente en este contexto de claro decaimiento político, Rodríguez Zapatero se ha topado con el "monstruo" de la reforma del Estatuto catalán; un "monstruo" que él ha alimentado, ha azuzado y ha abanderado como símbolo de un cambio ficticio a la hora de hacer política. El presidente del Gobierno, una vez más, se ha dejado llevar por unos asombrosos ataques de "olvido". Pero es difícil olvidar que estamos donde estamos gracias a él. Hemos llegado a esta situación gracias a su negligencia y como resultado de su irresponsabilidad.
 
Zapatero dice tener una fórmula mágica para solucionar la crisis constitucional provocada por la reforma del Estatuto. Es de risa. Para empezar, la única fórmula que nos encontramos es que el silencio informativo ha sido aplicado a la entrevista que este miércoles va a mantener en Moncloa con Pasqual Maragall. Es evidente que para evitar cualquier discrepancia pública a Maragall no le han puesto el micrófono en la sala de prensa . Han optado por este silencio institucional que significa hurtar a la opinión pública los datos de una negociación que es clave para el futuro de la Constitución.
 
¿Es esa la claridad que decía Zapatero iba a traer a la política española? Con tanto silencio, con tanto secreto, con tantas tinieblas poco podemos creer al personaje. Eso sí, que siga comiendo pulpo y bebiendo Albariño, mientras los soldados españoles enviados por él a las fronteras de Ceuta y Melilla se encuentran impotentes porque no tienen los medios necesarios para parar las invasiones de inmigrantes. Al final, vale lo que vale.

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