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Francisco Cabrillo

Los trapicheos de Isaac Newton

Newton entonces montó en cólera –lo que parece que no era algo infrecuente en él, de acuerdo con los testimonios de quienes lo conocieron– e hizo algo de lo que todo intelectual decente debería avergonzarse: amañar de forma descarada un informe científico

Isaac Newton debe ser considerado, sin duda alguna, como uno de los más grandes científicos de todos los tiempos. Pero a mucha gente le puede resultar extraño ver su nombre incluido en una serie dedicada a historias de economistas, y no a físicos o matemáticos, las profesiones que podríamos considerar que definen a Newton. Dos son, sin embargo, las razones que justifican su presencia aquí. La primera, que nuestro personaje dedicó una parte no despreciable de su actividad profesional a cuestiones directamente relacionadas con la economía. La segunda, que una de sus grandes aportaciones científicas, la invención del cálculo diferencial, se convertiría desde el último tercio del siglo XIX en una de las herramientas fundamentales de análisis para los economistas. Y no cabe duda de que ésta fue su gran aportación al desarrollo de la teoría económica.
 
Nació Newton en Woolsthorpe (Inglaterra) el año 1643, en el seno de una familia campesina acomodada, pero de bajo nivel cultural. Nunca conoció a su padre, que había falleció tres meses antes de su nacimiento. Su madre se casó pronto otra vez, lo que contribuyó a que Isaac tuviera una infancia bastante desdichada, cuidado más por su abuela que por su madre y su padrastro, por quienes no sentía el menor aprecio. Y poca duda cabe, además, de que en este sentimiento coincidían los padres y el hijo.
 
Tras estudiar ciencias en Cambridge, fue nombrado catedrático de matemáticas de esta universidad cuando sólo tenía veintiséis años de edad. Y contaba cuarenta y tres cuando publicó su gran obra, los “Principios matemáticos de la filosofía natural”. Su contacto con la vida económica de Inglaterra sería posterior. En 1696 se trasladó a Londres donde dirigió la ceca y estuvo a cargo, por tanto, de la emisión de la moneda. Interesado por este motivo en los problemas monetarios de la época, estudió algunas cuestiones técnicas del sistema monetario británico, entre ellas el valor relativo del oro y de la plata.
 
Pero esta historia no se centra en este aspecto de su obra, sino en lo que más arriba he considerado su gran aportación al posterior desarrollo del análisis económico: la invención del cálculo diferencial. La originalidad de este gran descubrimiento, que tanto ha influido no sólo en la física y en las matemáticas, sino en todo el progreso científico de los últimos siglos, constituye uno de los temas más debatidos de la historia de la ciencia, ya que el gran filósofo y matemático alemán Leibnitz tiene, al menos, tantos méritos como Newton para ser reconocido como el auténtico creador del cálculo. La realidad es que ambos trabajaron de forma totalmente independiente en este tema. Parece que Newton formuló su modelo, que denominó “método de fluxiones” el año 1671, antes de que Leibnitz consiguiera una notación adecuada para su cálculo, en el que venía trabajando también desde hacía algún tiempo. Pero Newton no publicó en su momento el resultado de sus investigaciones, que solo pasaron por la imprenta bastante tiempo después.
 
Lo cierto es que los dos grandes matemáticos chocaron frontalmente con respecto a la valoración de la originalidad de sus respectivos trabajos. Entre 1673 y 1677 se cruzaron varias cartas que, aunque escritas de forma educada, reflejaban claramente las pretensiones de uno y otro de ser reconocidos como los auténticos creadores del cálculo diferencial. Y ambos tenían razones y argumentos de peso. Newton entonces montó en cólera –lo que parece que no era algo infrecuente en él, de acuerdo con los testimonios de quienes lo conocieron– e hizo algo de lo que todo intelectual decente debería avergonzarse: amañar de forma descarada un informe científico.
 
Nuestro personaje era por entonces presidente de laRoyal Society. Y, aprovechándose de su cargo, nombró un comité que estudiara y decidiera si Leibnitz o él mismo era el auténtico inventor del cálculo. El grupo debería actuar teóricamente de forma imparcial. Pero sabemos que en aquella lamentable historia hubo de todo menos objetividad. Newton no solo nombró a amigos suyos para el comité, sino que incluso tuvo el valor de redactar él mismo el informe, que los miembros de aquél avalaron con sus firmas. Y, por si esto no fuera bastante, hizo publicar, en lasPhilosophical Transactionsde la Royal Society una reseña anónima de este informe, que sabemos hoy que también redactó él. No parece necesario indicar al lector a cuál de los dos científicos dio la razón tan pintoresco comité. Pero siempre he pensado que nada habría perdido Newton si se hubiera comportado de una manera un poco más digna.

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