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EDITORIAL

El ALCA, ahogado en Mar del Plata

El libre comercio favorece las clases medias, lo suficientemente educadas y conscientes de sus derechos como para resistirse con más facilidad ante el intento de manejo por los salvapatrias populistas como Hugo Chávez.

El programa de la Cumbre de las Américas ha estado marcado por la decisión de George Bush de impulsar el Área de Libre Comercio de las Américas, ALCA. El acuerdo debería haber abierto el área en 2005, pero las diferencias entre gobiernos lo han retrasado hasta esta cumbre. Pese a los esfuerzos de última hora, la reunión en Mar del Plata se ha cerrado sin acuerdo, y las armas dialécticas de los distintos gobiernos se llevarán a la próxima reunión de la Organización del Comercio Mundial, que se celebrará en Hong Kong en diciembre.
 
La integración económica por medio del libre comercio es una de las formas más eficaces y liberadoras de abrir oportunidades para la creación de riqueza. El mercado de los productos nacionales se amplía y las empresas nacionales cuentan con la oferta de bienes de capital más avanzados, procedentes de otras partes del mundo. La llegada de bienes de consumo más baratos liberan parte de la renta disponible nacional y fuerza a las empresas del país a adaptarse a la competencia, a aumentar su competitividad y a ser más eficaces. La libertad de intercambio, cuando se generaliza hasta alcanzar fuera de las propias fronteras, extiende y desarrolla el mercado, ámbito de la creación de riqueza.
 
El desarrollo del libre comercio se ha operado, en parte, en las últimas décadas por medio de la creación de áreas de libre cambio. Por eso el ALCA es una iniciativa loable, que llevada a sus últimas consecuencias puede ayudar en gran medida a aliviar la pobreza que sigue atenazando grandes áreas del continente. La idea de romper las barreras comerciales dentro del continente, impulsada hace once años por Bill Clinton, es brillante y audaz; enlazaría los intereses económicos de los americanos y reforzaría sus relaciones pacíficas, al unir un continente por millones de acuerdos voluntarios y beneficiosos.
 
Éstos favorecen la creación de sociedades con predominio de clases medias, lo suficientemente educadas y conscientes de sus derechos como para resistirse con más facilidad ante el intento de manejo por los salvapatrias populistas como Hugo Chávez. No es de extrañar que el protodictador de Venezuela se haya erigido en líder de la contracumbre y se abandere en el movimiento antiglobalización, tan profundamente reaccionario. Los cuatro países que se han refugiado en un instrumento proteccionista de nombre MERCOSUR: Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, se han sumado a las zancadillas a la creación de un área de libertad en toda América. Es un hecho profundamente desgraciado que los aliados políticos que busca nuestro Gobierno en la región sean Hugo Chávez y quienes más se oponen a la democracia liberal y al libre comercio.
 
El impulso al ALCA no debe decaer. Pero ha de comenzar por el propio promotor. Los Estados Unidos otorgan subsidios por un valor que supera los 50.000 millones de dólares por año. Este dinero beneficia a los productores locales y a los consumidores foráneos, pero es muy gravoso para los contribuyentes estadounidenses y para los productores de otros países, que no pueden competir. El ALCA supondría, en realidad, una oportunidad para forzar a los Estados Unidos a abandonar esas prácticas antieconómicas, ya que el dictar normas comunes para un área tan vasta daría al resto de los países miembros más poder condicionante.
 
En cualquier caso, el ALCA no tiene porque esperar a quien no desea llevar a su pueblo la libertad de comerciar libremente con el resto de América. Deberían adoptarlo un primer grupo de países comprometidos con el proyecto, aunque sea a costa de dejar de lado a economías como Brasil o Argentina. Otras experiencias, como la de la CEE, muestran que el éxito de estas áreas acaban siendo un reclamo lo suficientemente poderoso como para vencer ciertas resistencias.

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