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José Carlos Rodríguez

Evo Morales, el camino a la miseria

De nada le servirá a Evo Morales contratar a los técnicos de las multinacionales u otros si lo que va a hacer decidir sobre el uso de los hidrocarburos desde el Estado. El fracaso está asegurado.

El mito de los recursos naturales hundirá de nuevo un país. Se trata de Bolivia, que ha elegido con una gran mayoría al líder socialracista Evo Morales. Su gran propuesta para la economía de su país consiste en la nacionalización de los hidrocarburos. Seguramente Morales estudió la vía pacífica al socialismo de Salvador Allende, que en sólo tres años logró destruir la creación de riqueza y llevar al país al borde de una guerra civil. Allende expulsó a los técnicos de las multinacionales que explotaban el cobre y otros recursos naturales, y los sustituyó por comisarios políticos. La producción sencillamente se detuvo. Evo Morales no busca eso, de modo que lo que propone, dice, consiste en tener a las multinacionales como “socios tecnológicos”. Dice el nuevo presidente que “si quisiéramos emprender un tema de exploración o prospección necesitamos la tecnología. Se pagará por los servicios de esas trasnacionales, pero fundamentalmente nuestro gobierno estará enfocado en cómo industrializar sus recursos naturales”.

Pero se equivoca de medio a medio. El error del nuevo narcopresidente de Bolivia, muy común, es el de pensar que los problemas económicos son cuestiones técnicas o tecnológicas. La tecnología busca soluciones adecuadas para fines concretos y determinados, como la extracción de gas de un pozo. La economía, sin embargo, estudia los procesos sociales que se enfrentan al problema de la escasez, para satisfacer de la forma más cumplida las múltiples y cambiantes necesidades de los ciudadanos. La economía estudia un proceso abierto e incierto de millones de acciones individuales que buscan satisfacer una pluralidad de necesidades de forma coordinada, mientras que la tecnología se centra en cada uno de estos fines. El uso de los recursos naturales es una cuestión económica. Son recursos escasos y hay que buscar la institución que permita un uso más productivo de ellos. Esa institución, ahora lo sabemos, es la propiedad privada. De nada le servirá a Evo Morales contratar a los técnicos de las multinacionales u otros si lo que va a hacer decidir sobre el uso de los hidrocarburos desde el Estado. El fracaso está asegurado.

Morales, además, no se va a detener ahí. Ya ha anunciado que después de estos, seguirá “los recursos minerales o forestales”. A medida que vaya fracasando y se encuentre en dificultades huirá hacia delante ampliando la cantidad de recursos nacionalsocializados. Como además los empleará en su agresiva política exterior (se hará salida al mar a costa de Chile y extenderá la robolución en América junto con Castro y Chávez), la pobreza y el hambre en Bolivia saltarán a las portadas de los periódicos (de fuera de su país) en pocos años.

Este no tenía porqué haber sido el futuro de Bolivia. El periodista de aquél país Albino Mario Fantini ha recogido en un artículo los datos de un estudio del Banco Mundial, que revelan que las reformas liberalizadoras de principios de los años noventa dieron buenos resultados: “un crecimiento promedio de 4,5 por ciento durante 1994-98”. La inversión pasó del 3 por ciento del PIB en 1995 al 12 por ciento cuatro años más tarde, el desempleo cayó del 10 al 4 por ciento y la pobreza comenzó a remitir, aunque tímidamente, del 52 por ciento de la población al 46 por ciento. Desde 1999 el país ha caído en una crisis institucional que ha sumido al país en una inseguridad jurídica y política en la que es muy difícil prosperar; la inversión busca seguridad y en Bolivia se ha desplomado desde entonces. El nivel de pobreza ha vuelto a crecer hasta el 65 por ciento. El estudio del Banco Mundial estimaba que si ese país hubiera optado por las reformas liberalizadoras que le permitieron comenzar a escapar de la miseria podría haber reducido el porcentaje de bolivianos en la pobreza a menos de un tercio en 20 años. Pero Bolivia ha elegido el camino opuesto.

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