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Enrique Dans

Tres veces instantánea

Para mi hija, la idea de ver y comentar prácticamente al instante lo que su padre está viendo al otro lado del mundo ya forma parte de un proceso perfectamente natural, tan perfectamente asimilado como el de dirigirse con curiosidad hacia la cámara inmedi

El término “instantánea”, aplicado a la fotografía, alude al hecho de que en el momento en que se presiona el botón de disparo de una cámara, tiene lugar la captura de un instante, de un momento puntual en el tiempo, que mágicamente se desvincula de su naturaleza temporal y pasa a residir en un soporte permanente. Capturar instantes es algo que posee un gran atractivo, que va desde el mero interés por utilizar la captura para evocar el momento vivido o hacer partícipes a otras personas del mismo, hasta la auténtica y merecida elevación a la categoría de arte.

Desde hace unos días estoy dando clase en Shanghai, China. Un lugar donde no había estado anteriormente, pero al que me apetecía mucho ir. Por razones de trabajo y colegio, mi mujer y mi hija no han venido conmigo. Sin embargo, la experiencia sirve para comprobar como algunas cosas pueden ser mejoradas al aplicarles tecnología: en mis paseos por la ciudad, como tantos otros turistas, llevo conmigo una cámara digital. En realidad llevo dos, porque el teléfono también tiene una. Me dedico a disparar con mi cámara a todo aquello que me llama la atención, lo cual, en un entorno tan interesante como el de la gran ciudad china, significa una cantidad considerable de fotografías, de momentos capturados en el tiempo, de instantáneas que desearía compartir. Hace no demasiados años, habría tenido que hacer fotografías en múltiplos de 12 y, tras eso, habría llevado los carretes a revelar, para, tras un complejo proceso químico, obtener copias en papel o diapositiva. Dado mi natural olvidadizo, al final del proceso la mitad de las instantáneas recogidas ya no tendrían “padre ni madre”. Serían, simplemente, fotos de Shanghai que sería incapaz de recordar porqué decidí tomar.

La fotografía digital aporta, obviamente, un gran avance. Si me llevo una cámara y, como es mi caso, un ordenador portátil en el que vaciar la tarjeta, la cantidad de fotos que puedo tomar es virtualmente ilimitada. Además, tengo la posibilidad de visualizarlas instantáneamente tras el disparo, y de poder tomar la decisión de si quiero guardarla, borrarla o repetirla si es posible. En ese preciso momento, estamos añadiendo al significado de la palabra “instantánea” una segunda dimensión: no sólo capturo un instante del tiempo, sino que además puedo ver el resultado de manera instantánea nada más presionar el disparador. No cabe duda: hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Pero esto, realmente, sorprende ya a muy poca gente. Las cámaras digitales se han introducido hasta tal punto en nuestras vidas, que ya nuestra primera reacción cuando alguien nos hace una fotografía es acercarnos a la cámara para ver cómo hemos salido, algo impensable hace muy poco tiempo. En el caso de los niños, ya ni se plantean que hubo un tiempo en el que las fotografías había que llevarlas a revelar y no te las daban hasta como mínimo una hora después. Les parece algo tan lejano como el daguerrotipo.

Pero ahora pasemos a manejar una tercera dimensión de la palabra “instantánea”: no sólo capturo un instante en el tiempo y puedo visualizarlo al instante siguiente... Además, también puedo compartirlo y comentarlo muy pocos instantes después. Mediante la evolución de la tecnología aplicada a las redes de telecomunicaciones, yo, en Shanghai, tengo, cada vez que quiero tomar una fotografía, dos opciones: si quiero que mi mujer o mi hija la vean en el momento –pongamos que estoy en un mercadillo y quiero ver si un objeto les gusta o no– puedo tomar la foto con mi teléfono, y enviarla al suyo o a mi página en Internet. Mi familia recibe en su teléfono o en su ordenador la foto correspondiente, y puede contestar inmediatamente a mi pregunta o compartir conmigo la instantánea en cuestión, sazonada con un comentario si así lo deseo. Si puedo esperar un poco más o deseo una calidad mayor, seguramente tomaré la foto con mi cámara. Al llegar al hotel, vaciaré la tarjeta en mi portátil, subiré mis fotos a Flickr, me conectaré a Skype y comentaré –completamente gratis– las fotos con mi familia, una por una, recién tomadas, calentitas. Y si quiero, con comentarios y anotaciones sobre las mismas. Capturo un instante, lo veo al instante, lo comparto al instante: la verdadera dimensión de la instantaneidad.

Para mi hija, la idea de ver y comentar prácticamente al instante lo que su padre está viendo al otro lado del mundo ya forma parte de un proceso perfectamente natural, tan perfectamente asimilado como el de dirigirse con curiosidad hacia la cámara inmediatamente después de que le hagan una fotografía. Para ella, es perfectamente normal que si diez personas se van de vacaciones a un sitio, todos puedan ver las fotos de todos los demás simplemente subiéndolas a Flickr y poniéndose de acuerdo para darles una etiqueta otagcomún por la que localizarlas luego. Las nuevas tecnologías aplicadas a la fotografía la subliman, la convierten en un medio para compartir recuerdos, para desarrollar lazos, para ganar eficiencia… una verdadera muestra ejemplar de como las tecnologías pueden añadir valor a algo sin desvirtuarlo, dotándolo de interesantísimas nuevas dimensiones. Si aún no ha probado la fotografía digital y no se ha beneficiado de las tres dimensiones de la instantaneidad mencionadas, hágalo pronto. Aunque algunos puristas nostálgicos afirmen seguir prefiriendo las cámaras de carrete, esas que algunas marcas míticas de la fotografía ya han dejado de fabricar, la fotografía digital es una de las mejores maneras que conozco de entender cómo la tecnología aporta beneficios. Una forma instantánea de ver una instantánea del futuro.

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